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Chapter 168 - Capítulo 12: La Revuelta del Títere

El despacho presidencial en Ottawa conservaba la quietud impuesta por la voluntad de Kaira. El Presidente seguía sentado tras su escritorio, su rostro inexpresivo, los ojos carentes del brillo de la conciencia. Kaira y Bradley permanecían en la habitación, la tensión residual de la manipulación aún palpable. Las órdenes cruciales habían sido dictadas, la vasta maquinaria militar de Canadá estaba, en teoría, poniéndose en marcha bajo una mentira convincente. Todo parecía listo.

Pero la mente de un líder, incluso una sometida, puede albergar sorpresas.

Una sutil sacudida recorrió el cuerpo del Presidente. Sus manos, antes inmóviles sobre el escritorio, temblaron. Un flicker de lucidez y furia cruzó sus ojos vacíos, tan rápido que casi pasó desapercibido. Kaira lo sintió de inmediato; un pico de resistencia, más fuerte que cualquier cosa que hubiera encontrado antes. Su concentración se intensificó, una tensión en sus sienes se hizo visible.

Antes de que Kaira pudiera reafirmar su control total, antes de que Bradley pudiera comprender lo que estaba pasando, el Presidente actuó. Con una velocidad sorprendente para un hombre que segundos antes era un títere, su mano derecha se disparó hacia un panel oculto bajo el escritorio. Un clic sordo. Abrió un compartimento.

Y de él sacó una escopeta. No un arma diplomática, sino una escopeta de corredera, brutal y funcional.

No hubo advertencia. No hubo grito. Su mirada, ahora llena de una furia y una determinación aterradoras, se fijó en Kaira. La apuntó a quemarropa.

—¡Muere, monstruo!— La voz del Presidente, libre del control, rugió en la habitación, llena de un odio visceral.

Y apretó el gatillo.

El estruendo del disparo de escopeta en el espacio cerrado fue ensordecedor, reventando el silencio con una violencia horrible. La atención de Bradley se disparó, su cuerpo reaccionando, pero era demasiado tarde. Vio el fogonazo, sintió la onda expansiva.

Y entonces, vio el horror. El impacto a quemarropa en la cabeza de Kaira fue devastador. Carne, hueso y materia gris explotaron en una nube sangrienta, rociando el escritorio y las paredes. La cabeza de Kaira simplemente dejó de existir, pulverizada por la fuerza del disparo. Su cuerpo se tambaleó por un instante, un autómata descabezado, antes de empezar a caer hacia el suelo con un ruido sordo.

Bradley se quedó helado por un microsegundo, el shock paralizándolo. ¡No! Su mente gritó. Pero el horror dio paso instantáneamente a una furia protectora. Su cuerpo reaccionó con la velocidad que solo él poseía. Mientras la escopeta caía de las manos del Presidente, Bradley se lanzó hacia ella.

—¡Presidente!— gruñó Bradley, su voz baja y peligrosa. En un instante, había recogido la escopeta del suelo, la pesadez del arma en sus manos, y la había apuntado directamente al Presidente que lo miraba con una mezcla de desesperación y una recién recuperada cordura.

Pero la escena no había terminado. El cuerpo de Kaira, tendido en el suelo en un creciente charco de sangre, comenzó a moverse. El cuello seccionado burbujeaba, tejido orgánico se retorcía sobre sí mismo. Hueso y músculo se reformaban a una velocidad antinatural. Era una visión grotesca y fascinante, el poder de la Piedra actuando para reconstruir lo aniquilado.

Mientras su cabeza se formaba visiblemente, una mano de Kaira se levantó, haciendo un gesto hacia Bradley.

—No— La voz de Kaira, apenas un suspiro ronco al principio saliendo de un cuello a medio formar, se hizo más clara a medida que su laringe se reconstruía—. Bradley. No dispares.

Bradley dudó, su dedo en el gatillo, la escopeta apuntando al Presidente. La imagen de Kaira regenerándose, hablando sin cabeza, era un horror que desafiaba la comprensión. Pero la orden de Kaira, incluso así, seguía teniendo peso.

El Presidente, viendo el horror y el breve estancamiento, aprovechó el momento. Su rostro, ahora libre de la manipulación de Kaira, estaba pálido y tembloroso, pero sus ojos ardían con una mezcla de terror y una renovada voluntad de vivir.

—¡Ustedes… ustedes no ganarán!— declaró el Presidente, su voz temblaba, pero la convicción era real—. ¡Canadá no será su títere! ¡Voy a… voy a detenerlos!

La escena estalló en caos. El sonido del disparo ya había activado las alarmas. Sirenas comenzaron a ulular a lo lejos, y el sonido de pasos rápidos y gritos resonó por los pasillos exteriores. ¡Alarma! ¡Disparo en la zona presidencial! La seguridad se dirigía hacia ellos.

—¡Mierda!— exclamó Bradley, vacilando entre disparar al Presidente y la orden de Kaira.

Kaira, su cabeza casi completamente reformada ahora, con el pelo mojado por la sangre, se puso de rodillas. —¡Vámonos!— siseó, su voz aún áspera—. ¡Ahora! Él… el Presidente no importa ahora. La alarma… nos han detectado!

Dejó caer la escopeta que sostenía. No tenían tiempo. Bradley entendió. Disparar de nuevo solo empeoraría las cosas y no resolvería la inminente avalancha de seguridad. Lanzó la escopeta a un lado.

—¡Aguanta, Kaira!— gritó Bradley, acercándose a ella, su velocidad lista para la acción.

—Mi cabeza… aún se siente… extraña— admitió Kaira, tocándose la frente, la piel aún pálida y fresca donde se había regenerado—. Pero funcional. ¡Vamos!

Los golpes en la puerta, los gritos de seguridad, las sirenas, todo crecía en volumen y urgencia. Estaban rodeados. Tenían que escapar.

—¡Kaira!— instó Bradley, extendiendo una mano.

Ella la tomó. —¡Por la ventana!— ordenó Kaira, señalando con la cabeza hacia las ventanas de alta seguridad del despacho. Era un riesgo, pero más rápido que los pasillos.

Bradley no lo dudó. Con Kaira en brazos, aceleró, la ventana se convirtió en una grieta en el espacio que atravesó en un instante. Dejaron atrás el despacho ensangrentado, al Presidente libre y desafiante, y el creciente caos de la seguridad canadiense.

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