Luego de memorizar cada detalle de las conversaciones que escuchó en el Comedor, Pandora's Actor se encerró por horas en su oficina de la Tesorería. Tenía pergaminos desenrollados en cada superficie, con anotaciones en una caligrafía impecable y precisa. Agrupaba voces por entonación, analizaba conjeturas sobre quién había dicho qué, trazaba planes de conversación futura y generaba escalas de afinidad emocional imaginaria.
Pero había algo que no podía resolverse con estrategia: el lugar.
—Una reunión es más que té y sillas... —murmuraba mientras caminaba con las manos tras la espalda, luego se giró de golpe y extendió una pierna en una postura marcial teatral—. ¡Es una declaración silenciosa de intenciones!
Dio un giro completo sobre sí mismo y cayó en una reverencia exagerada, como si saludara al público tras una obra.
—El entorno debe hablar por mí antes de que yo abra la boca. Debe decir: “Pandora's Actor no es un bufón. Es un igual. Uno de nosotros.”
Se quedó congelado en esa pose, como si su cuerpo fuera un monumento a su propio razonamiento. Luego se incorporó y caminó hacia su anillo. El anillo de Ainz Ooal Gown. Su llave.
—Procedamos con una gira de evaluación. Piso por piso.
Sin más, Pandora activó el hechizo de transporte y desapareció de la Tesorería, apareciendo de inmediato en la superficie.
—Exterior de la Gran Tumba de Nazarick
El cielo estaba despejado y el viento soplaba con suavidad sobre los campos verdes que rodeaban la estructura central. Los altos muros que delimitaban el complejo proyectaban una sombra rectangular sobre el terreno. No había color vivo fuera del verde. Solo el gris, el blanco de las lápidas secundarias y la monumental entrada central, tan perfecta como el día en que Nazarick fue transportado.
Pandora caminó en línea recta desde el portón hacia el límite externo, saludando a cada gólem y no-muerto que patrullaba los bordes.
—Orden impecable. Ninguna hoja fuera de lugar. Y sin embargo...
Se detuvo en seco, justo en el centro del campo, e inhaló profundamente el aire fresco.
—Demasiado simbólico. Este lugar fue diseñado para inspirar miedo y solemnidad. No para intimidad ni fraternidad.
Se giró lentamente, haciendo un gesto elegante con la mano.
—Nein. Kein guter Ort. (No. No es un buen lugar.)
Alzó la mano, hizo un saludo militar a un esqueleto con armadura que vigilaba a lo lejos y activó nuevamente el anillo.
—Primer al Tercer Piso – Catacumbas
La oscuridad fue inmediata. No la oscuridad parcial del anochecer, sino la absoluta, la que da la sensación de haber sido tragado por un pozo sin fondo. Las antorchas encantadas apenas lograban pintar formas básicas. Las paredes estaban cubiertas de relieves fúnebres y columnas con criptas talladas. Un aire denso a humedad y hueso antiguo se adhería a la piel.
Pandora avanzó con paso cauteloso, como si honrara el silencio. Su andar resonaba entre cámaras, y los no-muertos se apartaban con lentitud, reconociendo su autoridad.
En una bifurcación, el aire se volvió más denso. Y entonces, sin previo aviso, la figura de Shalltear Bloodfallen emergió de las sombras como una aparición.
—Ara~... Pandora-sama. Qué inesperada sorpresa...
Sonreía, como si jugara con su presencia.
Pandora se enderezó de inmediato, estiró un brazo en ángulo recto y tocó su frente con dos dedos.
—Guten Abend, Lady Shalltear. (Buenas tardes, Lady Shalltear.)
Ella inclinó levemente la cabeza, sus rizos pálidos flotaban con gracia antinatural.
—¿Te ha traído el aburrimiento a mis dominios... o estás aquí para probar una tumba? Tengo algunas vacías con tu nombre, si gustas.
Pandora cruzó los brazos por detrás y caminó a su alrededor, examinando el lugar.
—No soy ajeno al encanto de lo fúnebre, Shalltear-san. Pero estoy en búsqueda de un lugar para una reunión social. Reunión amistosa, más específicamente. Té, conversación, fraternidad.
—¿Té? —Shalltear alzó una ceja, curiosa—. ¿En mi cementerio?
—Sí, aunque —dio una vuelta sobre sí mismo y señaló un rincón oscuro— el olor a moho y muerte podría arruinar el sabor.
—Además, una de nuestras invitadas es sensible a la luz. No quiero que una dríada se marchite por error.
Shalltear sonrió y caminó más cerca, ladeando la cabeza.
—Oh, ¿estás planeando una... fiesta? ¿Organizada por ti?
—Correcto. Una reunión diplomática. Mi objetivo es mejorar las relaciones internas entre los miembros de Nazarick. Y para ello, necesito un lugar adecuado.
Shalltear lo observó por unos segundos con esa mirada que parecía medir todo lo que decía con intenciones ocultas.
—Mmm... Debo decir que la idea me parece interesante. Pero te advierto que si me invitas, espero sangre en el menú.
—Bromas aparte, Pandora, si quieres un consejo: las sirvientas son exigentes. Y varias no te soportan.
Pandora asintió lentamente, como si aquello no fuese noticia.
—Lo sé. Por eso quiero hacer las cosas bien. Esta es una operación en múltiples fases. Observación. Contacto. Impacto emocional. Reformulación de imagen.
—Ara~... suena tan técnico que me está dando sueño. Pero bien, no te detendré.
Ella giró con elegancia y desapareció entre las sombras.
Pandora se quedó un momento más. Miró las criptas, el puente colgante semiderruido, el vapor que salía de algunas tumbas arcanas.
—Demasiado claustrofóbico. Y si Shalltear llega de mal humor, esto podría terminar en tragedia diplomática.
Suspiró.
—Ich muss weitergehen. (Debo seguir adelante.)
Activó el anillo. Desapareció.
—Cuarto Piso – Lago Subterráneo
El cambio de ambiente fue brutal. El aire era más húmedo, con aroma mineral. Un lago oscuro se extendía por el horizonte cavernoso. Las estalactitas goteaban con un ritmo sutil, creando una sinfonía natural de ecos. Al fondo, un par de luces flotantes marcaban los caminos de navegación.
Gargantua no se veía, pero Pandora sabía que estaba allí. Siempre estaba. Observando.
Caminó hacia el muelle central y se detuvo. El lago no era solo agua; era un espejo negro que reflejaba la bóveda natural del techo con precisión casi sobrenatural.
—Bellísimo... pero cualquier carcajada aquí haría eco por horas.
Giró y habló al aire.
—Danke für Ihre stille Arbeit, Gargantua.
—Gracias por tu trabajo silencioso, Gargantua.
Silencio. Como era costumbre.
—No es lugar para conversación ligera. Agradezco la belleza, pero no el tono.
Giró sobre sus talones y activó el anillo. Siguiente piso.
—Quinto Piso – Glaciar
El crujido bajo sus botas fue lo primero. No era nieve blanda ni hielo resquebrajado, sino una firme capa congelada que resonaba con cada paso. Un vasto campo blanco se extendía hasta donde la vista alcanzaba, bajo un cielo que parecía una cúpula azul grisácea. No había viento. Solo frío seco y cortante que se metía entre las costuras del uniforme, aunque Pandora no necesitaba calor.
Frente a él, una figura se acercaba: Cocytus.
Sus múltiples brazos se movían con la precisión de un guerrero entrenado. La escarcha que cubría su exoesqueleto relucía a la luz encantada del hielo. Pandora se irguió con formalidad y dio un paso al frente.
—Cocytus-dono. Un gusto encontrarlo patrullando con tanta diligencia.
El Guardián del Quinto Piso se detuvo. Su voz era grave, profunda, como el crujido de glaciares milenarios.
—Pandora's Actor. Estás... fuera... de tu... ambiente habitual.
Pandora hizo un leve gesto dramático con el brazo, como si reconociera un error cometido a propósito.
—He decidido cambiar de escenario para una futura operación social. Estoy considerando locaciones para una reunión... diplomática. Té, conversación, quizás pasteles. Cosas livianas.
Cocytus entrecerró los ojos. Su mandíbula de insecto se movió con lentitud.
—¿Té... en... el hielo?
—Eso mismo. Elegancia glacial. Conversaciones sinceras bajo el rigor del clima. Una alegoría visual de honestidad inquebrantable.
Cocytus lo miró por unos segundos. Pandora sabía que, detrás de esa máscara de hielo, su mente no era lenta. Solo... metódica.
—Poco... práctico. Frío... no es... bueno para... bebida caliente.
Pandora asintió con fingido pesar.
—Ich stimme zu. (Estoy de acuerdo.)
Ambos caminaron juntos unos pasos. Pandora alzó la mirada hacia las formaciones cristalinas que colgaban del cielo como espadas naturales.
—¿Alguna vez ha considerado instalar calefacción mágica? Un sistema de regulación térmica oculto, tal vez...
—Ruina... de ambiente natural. Espíritu... del hielo... debe preservarse.
—Admirable. Aunque eso me aleja de mi objetivo.
Cocytus se detuvo y alzó una de sus espadas, señalando hacia una plataforma elevada.
—Allí... buena vista. Pero... no buena para reunión... relajada.
Pandora entrecerró los ojos. Escaneó mentalmente el lugar. Podría colocar barreras térmicas, invocar calor... pero eso sería alterar el equilibrio del piso. Una falta de respeto.
—Lo lamento, amigo mío. Este lugar es magnífico, pero temo que nuestras invitadas se congelarán antes de que el té se enfríe.
—Lo entiendo.
Cocytus giró, su aliento helado creando una breve nube blanca.
—Planeas... algo importante.
—Sí. Cambiar la imagen que tienen de mí.
Un silencio largo se extendió entre ellos. El Guardián del Hielo, usualmente taciturno, giró un poco más hacia él.
—Entonces... hazlo bien.
Pandora sonrió bajo su máscara. Y respondió en tono solemne:
—Ich werde mein Bestes geben. (Haré lo mejor que pueda.)
Con una reverencia precisa, levantando una pierna y extendiendo ambos brazos como en una ópera germana, activó su anillo y desapareció.
—Sexto Piso – Selva Viva
El contraste fue brutal. El calor húmedo lo abrazó de inmediato. Un cielo artificial —perfectamente pintado con tonos de mediodía— brillaba sobre una jungla tupida, exuberante, viva. Pájaros encantados trinaban desde árboles mágicos. Las raíces parecían moverse lentamente bajo tierra. Y la brisa... olía a fruta madura y tierra húmeda.
Pandora caminó con paso recto entre la vegetación, sin alterar su compostura. Los animales lo observaban desde las ramas, y las dríadas susurraban a su paso. Todo estaba vivo aquí. Incluso el suelo parecía respirarle.
Llegó al anfiteatro central, una construcción natural hecha de piedra y madera, rodeada por hiedra mágica y plantas carnívoras... domesticadas, claro. Allí lo esperaban Mare Bello Fiore y Aura Bella Fiora.
Aura fue la primera en hablar, enérgica, casi brincando:
—¡Pandora-san! ¿Qué haces por aquí? ¿Viniste a ver nuestras nuevas orquídeas danzantes?
Pandora saludó con una inclinación refinada.
—Buenos días, Lady Aura. Lady Mare. Vengo en misión de reconocimiento.
Mare se escondía detrás de su báculo, moviendo el pie con timidez.
—¿R-reconocimiento? ¿Hay... intrusos?
—Nein, nein. (No, no.) —levantó las manos—. Nada de eso. Estoy organizando un evento social... y su hermoso piso es un candidato.
Aura abrió mucho los ojos.
—¿Evento social? ¿Como una fiesta?
—Exactamente. Té, conversación, algo de música. Un intento de... mejorar mi reputación.
Mare asomó un poco el rostro.
—¿Te... molesta que hablen mal de ti?
Pandora se giró lentamente hacia él, cruzando los brazos.
—Me duele, sí. No por orgullo, sino porque siento que me ven como un error... y no como alguien que fue creado con un propósito igual al suyo.
Aura bajó la cabeza por un segundo. Luego se acercó y le dio un leve golpe en el brazo.
—¡Eso no es verdad! Ainz-sama te creó, igual que Bukubukuchagama-sama a nosotros. Y si haces una fiesta, ¡quiero ir!
Pandora se llevó una mano al pecho, como si el gesto la hubiera atravesado de emoción.
—Danke... es muy importante para mí.
Mare alzó tímidamente una mano.
—P-pero... ¿qué tal si te ignoran? Algunos guardianes... son muy fríos.
—Por eso estoy aquí. Para hablar con todos. Para demostrar que tengo intenciones nobles. Que no quiero robar protagonismo. Solo... formar parte de Nazarick.
Ambos hermanos se miraron.
—¡Entonces cuenta con nosotros! —Aura exclamó.
—S-sí. Podemos ayudarte a decorar el lugar.
Pandora asintió con una sonrisa audible en su tono.
—Y lo más importante: este lugar es perfecto. Luz natural, buena ventilación, vegetación viva. Un escenario ideal.
Aura brincó entusiasmada, mientras Mare sonreía suavemente.
—Entonces... ¿lo harás aquí?
—Probablemente sí. Aunque aún me quedan algunos pisos por visitar.
Pandora se inclinó, esta vez más lentamente, en señal de profundo agradecimiento.
—Ich danke euch beiden. (Les agradezco a ambos.)
Y, por primera vez en mucho tiempo, desapareció con el anillo con una sensación cálida en el pecho.
—Séptimo Piso – Río de Lava
El cambio de temperatura fue tan agresivo que Pandora ajustó automáticamente su resistencia mágica al calor. El aire parecía vibrar con una cadencia ardiente, como si cada partícula de oxígeno estuviera atrapada en una danza de fuego. El suelo era negro, rocoso, con fisuras por donde salía luz anaranjada y vapor incandescente. En el horizonte, los ríos de lava dibujaban venas brillantes sobre la roca volcánica. La sensación era de estar dentro del corazón de un volcán, aunque perfectamente contenido.
Pandora avanzó lentamente, como si caminara sobre brasas con precisión marcial. Las puertas del Templo Llameante se abrieron con un chirrido profundo y resonante. Allí, entre columnas decoradas con relieves de demonios antiguos, se encontraba Demiurge. De espaldas, con los brazos cruzados, observando el flujo del magma desde su balcón privado.
—Vaya. No esperaba visitas.
—Guten Abend, Demiurge-dono. (Buenas tardes, Lord Demiurge.)
El demonio se giró lentamente. Sonreía, como siempre, con esa expresión que era mitad cortesía, mitad advertencia.
—Pandora's Actor. Tu presencia aquí es... llamativa. Sin fuego de artificio. Sin discurso. ¿Qué te trae al infierno?
—El deseo de redención social. Y... una taza de té.
Demiurge arqueó una ceja. Caminó con pasos elegantes hasta una mesa lateral donde aguardaba una bandeja con copas de cristal negro. No ofreció bebida, pero se sentó. Hizo un gesto para que Pandora lo imitara.
—Explícate.
Pandora se sentó con rigidez calculada, como si esa simple acción fuera un acto diplomático.
—Estoy organizando un encuentro amistoso entre guardianes, sirvientas y algunos NPC relevantes. Una oportunidad para... reformular impresiones.
—¿Impresiones? ¿Te refieres a... la opinión que tienen sobre ti?
—Exactamente. Mi propósito no es impresionar. Es integrarme. Bien lo sabes: muchos me ven como una exageración animada. Una réplica sin alma. Un reflejo que no aporta.
Demiurge no interrumpió. Solo lo observaba, entornando los ojos.
—Admito que... eres poco convencional.
—Y sin embargo —Pandora se inclinó hacia adelante— sigo los principios de nuestra creación. Obedezco a Ainz-sama. Protejo la Tesorería. Actúo según protocolo. Pero eso no basta. Hay una barrera invisible... social, que me separa.
Demiurge jugueteó con su copa vacía, girándola entre los dedos.
—Estás intentando ganarte un lugar. No jerárquico, sino afectivo.
—Correcto. Y por ello recorro Nazarick. Evaluando posibles espacios para ese encuentro.
Demiurge alzó la mirada hacia el magma que fluía.
—Mi piso no es apto. El calor, la estructura... no invitan a la conversación. Aunque si deseas añadir interrogatorios o quemas rituales a tu menú, estaré encantado de ayudar.
Pandora rio suavemente, sin exageración.
—Agradezco la oferta. Pero temo que nuestras invitadas preferirán pastelillos a martirios.
Ambos se quedaron en silencio unos segundos. Luego, Demiurge cambió el tono.
—¿Y por qué ahora?
—Porque... he sentido la soledad. No la de estar físicamente aislado. La otra. La que surge al ver miradas que no te ven. Sonrisas que no son para ti. Comentarios que duelen... aunque tú sonrías por fuera.
Demiurge bajó la copa. Su rostro era más neutro.
—Hmm. Sabes... en ciertos aspectos, te envidio. Tienes la libertad de intentar. De fallar. Y aún así... intentarlo otra vez. Los demás guardianes... ya tenemos una imagen tallada. Cualquier desviación es vista como debilidad.
—Y sin embargo tú, entre todos, me escuchas.
—Porque te observo —Demiurge respondió con una media sonrisa—. Y siempre me intrigas.
Pandora se levantó, lentamente.
—Gracias, Lord Demiurge. Este lugar es hermoso, pero no es apto para el propósito. Aun así... esta conversación ha valido cada gota de sudor.
Demiurge lo escoltó hasta el umbral.
—Buena suerte con tu cruzada social. Si necesitas alguien que tome nota de las reacciones... o que castigue el mal comportamiento, ya sabes dónde encontrarme.
Pandora se llevó la mano al pecho y respondió con solemnidad:
—Ich danke dir, Demiurge. (Te lo agradezco, Demiurge.)
Y desapareció en luz mágica.
—Octavo Piso – Santuario de los Cerezos en Flor
El aire del Octavo Piso no parecía real. No por ser artificial, sino por ser demasiado perfecto.
Cada flor de cerezo descendía con un ritmo calculado, como si el propio cielo del santuario respirara en calma. Las hojas jamás tocaban el suelo con descuido. Las más alejadas caían cerca del estanque central, cuyas aguas eran tan limpias y lisas que no reflejaban el techo encantado: reflejaban el alma.
Allí, en medio del silencio ordenado de un mundo que jamás cambiaría, Pandora’s Actor apareció.
No se anunció. No fue precedido por sonido ni por luz. Simplemente estuvo ahí. A su alrededor, los pétalos flotaban. Se encontraba al borde del estanque, y al asomarse, lo vio.
A sí mismo.
Pero no a la imagen grotesca que tantos temían. No el uniforme decorado con detalles innecesarios, ni las cavidades negras en lugar de ojos. No su boca sellada sin labios. En ese reflejo vio un guardián.
Y por primera vez, su reflejo no le pareció una máscara.
Suspiró —con exagerado ademán— mientras alzaba los brazos y los cruzaba detrás de la espalda. Dio dos pasos hacia el santuario interior, donde una figura barría el suelo, ajena al resto del mundo.
Aureole Omega.
La doncella del santuario. La guardiana de los portales. La que nadie veía, pero todos sabían que estaba. Su haori blanco no tenía arrugas. Su hakama rojo ondeaba sin viento. Aunque llevaba una tela blanca cubriéndole los ojos, se desplazaba con precisión y naturalidad.
Pandora avanzó con pasos medidos, luego cruzó una pierna por detrás, se inclinó en un ángulo exacto, y colocó un brazo cruzado frente al pecho.
—Guten Tag, Lady Aureole Omega.
—Buenas tardes, Lady Aureole Omega.
Aureole no se detuvo. Solo giró ligeramente el rostro hacia él, con expresión neutra.
—No estás autorizado para este piso. Lo sabes.
Pandora se enderezó, moviendo los brazos como si deshiciera una barrera invisible.
—¡Sí! Pero no vine por capricho. Mi Vater me encomendó una misión. Una que requiere de… esto.
—De comprensión. De apertura. Y, con tu permiso, de compañía.
Ella detuvo el movimiento. Apoyó ambas manos sobre el mango de la escoba.
—¿Compañía?
—Estoy organizando una reunión de té —dijo Pandora con una reverencia breve—. No un evento casual, sino un gesto diplomático. Un intento honesto por cambiar mi imagen ante los demás.
—¿Por qué ahora?
Él se llevó una mano al pecho y se giró, como si hablara a una audiencia imaginaria.
—Porque ya no basta con custodiar reliquias. Porque ser útil no es lo mismo que ser aceptado.
—Y porque si no me conecto con quienes comparto este mundo… seguiré siendo solo eso. Un actor sin público.
Aureole se acercó. Se detuvo frente a él, sin tensión. Su voz seguía siendo suave, pero directa.
—Pandora-san. Tú y yo fuimos creados para proteger cosas, no personas. Lo que haces es… ir contra la programación.
—¡Nein! —alzando un dedo—. Estoy expandiéndola.
Se enderezó con orgullo.
—Protejo el legado. ¡Pero también quiero proteger el presente! ¿Qué sentido tiene resguardar los tesoros si los guardianes entre sí desconfían?
Ella inclinó ligeramente la cabeza.
—¿Y esperas que una taza de té borre la de distancia?
Pandora bajó los hombros dramáticamente. Luego dio un paso al costado, alzó ambos brazos hacia los cerezos.
—No. Pero una conversación puede iniciar un cambio. Lo que más necesito no es que me amen… sino que me entiendan.
Hubo un momento de silencio.
Ella avanzó dos pasos, parándose junto a él. A pesar de la venda, era evidente que lo veía. No con los ojos. Con la conciencia que compartía con Nazarick entero.
—Tú y yo… no somos distintos. Ambos estamos en lugares donde nadie más entra. Y, sin embargo, lo que protegemos no son objetos.
—Esos artefactos que guardas no son solo ítems. Son recuerdos. Fragmentos de los Supremos. Y tú eres su último guardián.
Pandora se quedó en silencio. Bajó la cabeza y luego levantó lentamente el brazo derecho, colocándolo en su pecho.
—Eso es lo que me duele. Que cuido las memorias de todos… pero nadie quiere hacer nuevas conmigo.
Aureole extendió una mano. Su movimiento fue lento, deliberado, como si tocara un hilo invisible. Puso su palma sobre el brazo de Pandora.
—Ahora tienes una. Conmigo.
Él se quedó quieto. No podía sonreír. No tenía rostro para ello. Pero su cuerpo entero cambió de postura. Se relajó. Bajó los brazos. Dio un giro lento en el lugar.
—¿Aceptarías una invitación, entonces?
—¿Harás la reverencia completa? —preguntó Aureole, con una pizca de humor escondido.
Pandora no dijo nada. De inmediato, se arrodilló en una pierna, alzó una tarjeta con bordes dorados con ambas manos, y pronunció:
—Ich lade Sie herzlich ein.
—La invito cordialmente.
Aureole tomó la tarjeta con gracia.
—Entonces asistiré. Pero no solo como invitada. Como aliada.
—Aliada…
—Tú proteges los objetos. Yo los accesos. Nadie entiende mejor que nosotros el peso de las ausencias.
Pandora asintió. Caminó junto a ella hacia una mesa baja con dos cojines. Aureole sirvió el té sin error, sin duda. Lo colocó justo frente a él. A pesar de no poder beberlo, Pandora se inclinó en agradecimiento.
—Dime algo, Aureole… ¿Nunca quisiste salir de aquí?
—Muchas veces. Pero eso no cambiaría mi función. Este piso me fue asignado por un motivo.
—¿Y si alguien más entrara a compartirlo?
—Eso sí cambiaría las cosas.
Ambos se quedaron en silencio. El vapor del té subía en espiral, y los cerezos seguían dejando caer sus flores.
Pandora’s Actor no podía llorar. No podía reír. Pero por primera vez en mucho tiempo, no se sintió solo.
Y Aureole tampoco.
El aroma del té aún se mantenía tibio en el aire. Pandora no hablaba. Sostenía la taza entre sus dedos como si la calidez pudiera traspasarle. Sus dedos no temblaban, pero no la había llevado a sus aberturas faciales. No podía beberla, claro. Pero no era eso lo que importaba.
Aureole, sentada frente a él, lo observaba con suavidad. No necesitaba sus ojos para verlo.
—Dijiste que querías cambiar la forma en que te ven —comentó ella, dejando la taza sobre el plato sin hacer ruido—. ¿Cómo planeas hacerlo?
Pandora bajó lentamente los brazos, con una postura más recogida, menos teatral que de costumbre.
—Todavía no lo tengo claro del todo. Solo sé que si quiero que me escuchen… primero deben dejar de pensar que soy solo una broma.
—No creo que seas una broma —respondió Aureole de inmediato, sin titubear.
Él giró ligeramente el rostro en su dirección. No tenía expresión, pero algo en su postura se suavizó.
—Eres la primera que me dice eso en voz alta.
—No lo dije por lástima —añadió ella, tomando un sorbo—. Es porque lo creo. Sé que tú también custodias algo importante. Como yo.
Pandora asintió. Luego, tras unos segundos, habló con calma:
—Quiero hacer una pequeña reunión. Nada ostentoso. Solo… una mesa bien puesta, buena iluminación, y una razón para conversar sin etiquetas.
—¿Con las Pleiades?
—Sí. Empezar por ellas. Son cercanas entre sí. Y… no todas me odian, pero siento que ninguna me entiende.
Aureole ladeó un poco la cabeza, pensativa.
—Yuri es la más justa. Puede que si ve que eres serio con esto, no lo rechace. Entoma es difícil de leer. Nabe… no sé si puedas hacerla cambiar de idea. Pero si Lupus se ríe, tal vez las otras se relajen.
Pandora suspiró. O al menos hizo el gesto. Luego se inclinó levemente hacia adelante, casi conspirativo.
—¿Qué piensas que haría que se sintieran cómodas? ¿Un lugar al aire libre? ¿Colores? ¿Dulces?
—No les gustan las cosas vacías. Si lo haces demasiado perfecto, pensarán que estás ocultando algo. Tiene que ser… sincero.
—¿Flores?
—Podrían funcionar. Pero no muchas. A Narberal le molesta el polen. Tal vez algo blanco. Ordenado. Y la mesa… nada barroca. Simple, elegante.
—¿Y si preparo algo especial para cada una?
—Eso las haría sentir vistas. Pero no exageres. No intentes adivinar sus pasados. Mejor algo que digas tú, con tus palabras.
Pandora bajó los brazos, apoyando los codos en la mesa, sin tocar nada. Su espalda se encorvó apenas.
—A veces me pregunto si… si alguno de nosotros está hecho para ser comprendido del todo.
—Tú estás sola aquí. Y yo… guardo la memoria de todos los que se fueron.
—Pero la mayoría no entiende lo que significa vivir entre recuerdos.
Aureole no respondió de inmediato. Miró hacia el árbol más cercano, donde algunas flores caían lentamente al suelo. Luego, con una voz serena, respondió:
—No creo que necesitemos que todos nos entiendan. Pero sí necesitamos a alguien. Uno al menos. Que escuche.
Silencio.
El viento sopló entre las ramas, y Pandora bajó la cabeza.
—Tal vez esta fiesta no sea para que me entiendan. Sino para mostrar que yo también escucho.
—Ahí está. —Aureole sonrió, apenas, como si lo hiciera por dentro—. Esa es una buena razón.
Pandora alzó la vista, lentamente.
—¿Crees que me dejen decorar?
—Si lo haces con intención, sí. Podrías elegir un mantel blanco. Servilletas con bordes simples. Una tetera que puedas conseguir de la cocina general.
—No necesitas nada de la Tesorería para impresionarlas.
—Pero me gustaría llevar algo mío.
—Algo… pequeño. Para mostrar que también tengo un lugar.
Aureole asintió.
—Llévate una caja. Una simple. Llénala con pequeñas cosas tuyas. Una pluma, una nota escrita por ti, algo que hayas usado en misiones. Ponla sobre la mesa, sin decir nada.
—Si preguntan, diles que es tu forma de decirles quién eres.
—¿Y si no preguntan?
—Entonces no estaban listas. Pero tú habrás hablado igual.
Pandora se quedó en silencio. Luego se puso de pie con calma. No con sus movimientos teatrales, sino como un hombre que se prepara para trabajar. Miró a Aureole.
—Gracias. Realmente… gracias.
Ella inclinó ligeramente la cabeza.
—Estaré esperando.
—¿Y si nadie va?
—Entonces, la próxima vez, tomaré el té contigo.
Pandora hizo una reverencia leve. Esta vez sin palabras.
Y mientras se giraba para marcharse, una flor de cerezo cayó sobre su hombro. No la quitó.
—Noveno Piso – Zona Comunal
El anillo de transporte lo llevó directamente a uno de los corredores principales. A su alrededor, el piso noveno desplegaba todo el esplendor de un palacio subterráneo, con ventanales encantados que simulaban una luz diurna suave, fuentes con encantamientos que aromatizaban el aire con notas florales ligeras, y una arquitectura majestuosa pero sin la opulencia estridente de otros pisos.
Era la zona de descanso para el personal de servicio. El lugar donde los Guardianes rara vez se presentaban, pero que las sirvientas, soldados, asistentes de laboratorio y miembros no combatientes usaban con frecuencia.
Pandora caminó con pasos serenos, sin hacer demasiada nota de su presencia. No era común verlo aquí, pero los NPC menores sabían que era alguien importante. Alguien cercano al Trono, a la Tesorería. Lo saludaban con la misma mezcla de respeto y distancia con la que se le habla a un espectro de leyenda.
Pasó por el comedor principal, que tenía capacidad para más de cien personas. Las mesas estaban ordenadas en filas, con sillas resistentes pero no incómodas. En una esquina, un grupo de sirvientas conversaba en voz baja. Lo observaron, pero no dijeron nada.
"Demasiado expuesto", pensó.
Miró hacia la fuente central, que tenía una escultura de mármol con forma de flor invertida. El agua caía en forma de espiral, y creaba un sonido suave, como lluvia lejana. Se acercó. Rodeó la fuente, como si pudiera encontrar en su forma algún secreto que le diera dirección.
Pasó luego por el salón de lectura. Un espacio rectangular, con estanterías flotantes encantadas, una alfombra central cálida y cojines individuales. Se detuvo allí por unos segundos más.
“Esto tiene potencial… pero es demasiado íntimo para una primera impresión grupal. Aquí vendría con alguien que ya confíe en mí. Como Aurole. No para convencer a seis chicas que me miran como si fuera un chiste con piernas.”
Dejó escapar algo parecido a un suspiro y avanzó hacia el spa. En la entrada, un guardia lo saludó. Pandora devolvió el gesto con una leve inclinación. No entró. Ya lo conocía por dentro: mármol pulido, piscinas termales, y una decoración inspirada en templos orientales.
“No puedo obligarlas a desvestirse de su desconfianza si literalmente están en toallas. No es solo inapropiado... es contraproducente. Se sentirían vulnerables, observadas. Casi como si intentara forzar algo. Nein. Este lugar está fuera de la ecuación.”
Pandora giró sobre sus talones, y caminó hacia el salón de uso múltiple. Era una estancia flexible, modificable por hechizos, utilizada ocasionalmente para entrenamientos mágicos livianos, prácticas de etiqueta o reuniones informales del personal.
Cuando entró, el eco de sus botas resonó por las paredes. El lugar estaba vacío.
Avanzó hasta el centro y se detuvo. El silencio era limpio. Neutral.
—Esto… podría funcionar si todo lo demás falla.
Alzó la mano, como si midiera la altura del techo. Luego se agachó y tocó el suelo.
—Piso firme. Buen aislamiento acústico. Es modificable. Si no consigo el permiso para el sexto piso, podría rediseñar este lugar con un encantamiento de atmósfera. Pero… no tendría el mismo corazón. No sería real. Sería solo otra máscara.
Se incorporó lentamente. Estaba claro que este piso era un plan B. Tal vez un plan C. Le ofrecía funcionalidad, pero no alma.
Antes de irse, se detuvo frente a un banco solitario cerca del pasillo. Allí, tiempo atrás, había escuchado sin querer una conversación entre Yuri Alpha y Narberal Gama. Hablaban sobre tareas, sobre esfuerzo. Sobre cómo preferían servir en silencio antes que llamar la atención.
—Tal vez eso sea lo que necesito mostrarles —dijo en voz baja, mirando el asiento vacío—. Que también sé estar en silencio. Que también puedo ser útil, sin dar un espectáculo.
Y sin más, activó el anillo.
—Décimo Piso – El Salón del Trono de Reyes
El aire en el décimo piso de la Gran Tumba de Nazarick estaba cargado de una atmósfera solemne y densa. La imponente sala del trono parecía una iglesia sin feligreses. Los mármoles oscuros, con vetas doradas, relucían bajo una luz distante que parecía casi sacra, iluminando un pasillo que parecía interminable. A ambos lados del pasillo, las columnas sostienen estandartes que representaban a los cuarenta y un Seres Supremos de Ainz Ooal Gown. Los símbolos no solo representaban poder, sino sus deseos, obsesiones y la complejidad de sus seres. Pandora's Actor se adentró entre ellos, caminando con una lentitud solemne.
Cada paso resonaba en la sala vacía. Se detenía ante cada estandarte. Ante el de Touch Me, se cuadró, con un respeto visible que fue más allá de la simple obligación, como si aún pudiera escuchar su voz dando órdenes. Ante el estandarte de Takemikazuchi, se inclinó levemente, mostrando admiración, pero también un respeto implícito hacia su propósito. De uno a otro, su recorrido era más que simbólico; cada bandera representaba algo dentro de él.
Al final del pasillo, su vista se posó en el gran estandarte de Ainz Ooal Gown, que se erguía sobre el trono vacío, un símbolo de supremacía y de unidad. Pandora se detuvo, observándolo fijamente, la reverencia en su postura era clara aunque su rostro no mostrara emoción alguna.
—Ehre über Pflicht. Pflicht über Ich.
—Honor sobre deber. Deber sobre el yo.
Fue entonces cuando una voz suave, pero firme, lo sacó de su meditación.
—Pandora. Llegas en buen momento.
La figura de Albedo emergió desde un lateral. Su presencia era tan majestuosa como siempre, pero había algo más. Una suavidad contenida en su mirada. Sus ropajes blancos, siempre impecables, se movían con elegancia, deslumbrando en el contraste con el dorado del trono.
Pandora, sin mover demasiado su postura, giró ligeramente hacia ella, levantando el brazo en un saludo ceremonioso, con la cabeza ligeramente inclinada.
—Albedo, siempre un placer coincidir en este recinto. El corazón de Nazarick, sin lugar a dudas.
Albedo dio un paso al frente, cruzándose de brazos con una calma calculada.
—Y para ti también, Pandora. Espero que tu recorrido por los pisos haya sido provechoso. Este lugar, más que cualquier otro, no solo representa el poder. También es un recordatorio constante de la responsabilidad que tenemos.
Pandora asintió, comprendiendo el peso que ambos compartían.
—Cada estandarte aquí es un testamento a lo que hemos sido y a lo que debemos seguir siendo. No somos solo guardianes de Nazarick; somos portadores de un legado, de una idea que no puede quebrarse. Cada acción que tomamos refleja esa carga.
—Tienes razón —dijo Albedo, mirando el trono vacío con una mirada casi reverente—. Cada uno de estos estandartes es la huella de los seres supremos que nos trajeron aquí. Pero también representan lo que hemos perdido. La fragilidad de la perfección, de la invulnerabilidad. Ellos, los grandes, nos dejaron... y lo hicieron con la misma facilidad con la que podrían desechar un objeto innecesario.
—Nos dejaron... pero dejaron también fragmentos de sí mismos en nosotros. —Pandora habló de manera calmada, pero sus palabras tenían un peso mayor. Dio un paso adelante, observando los estandartes con detenimiento—. Sus pasiones, sus obsesiones, sus deseos... Todo se reflejó en lo que somos. Fragmentos de sus almas.
Albedo asintió con una ligera sonrisa, como si comprendiera el fondo de las palabras de Pandora.
—Así es. Algunos de esos fragmentos son bellos, otros, rotos. Pero todos se fusionaron en nosotros, quienes fuimos elegidos para ser los portadores del verdadero propósito de Nazarick. Nuestra misión, lo que nos ha sido encomendado, es vital. Y no solo para proteger a Ainz-sama. También para preservar lo que nosotros representamos.
Pandora se giró lentamente hacia Albedo, y sus ojos brillaron con una luz calculadora.
—Y esa misión, como sabes, incluye la vigilancia de los Supremos. Aquellos que podrían regresar. No podemos permitir que su... imperfecta presencia nos arrastre a su caída.
—¿Y qué crees que haría Ainz-sama si uno de ellos regresara? —preguntó Albedo, sin apartar la vista de Pandora, pero con un leve titubeo en su tono.
Pandora se detuvo por un momento. En ese instante, la sala se volvió aún más silenciosa, como si toda Nazarick esperara la respuesta. Pandora no tenía un rostro para mostrar expresión alguna, pero su postura, rígida como un monumento, hablaba por él.
—Ainz-sama es un líder incansable, lo sé. Pero también es... errático, en su propia manera. Y sé que su mayor preocupación sería la integridad de Nazarick. Si alguno de esos Supremos regresa y pone en peligro el orden que hemos creado, nuestra misión será clara: debemos eliminar la amenaza. Sin mostrar duda alguna.
Albedo se giró lentamente, mirando el trono una vez más. Los detalles de su rostro mostraban una leve tensión, pero en su mirada había una comprensión profunda. Pandora, aunque un compañero en la misión, era una mente calculadora, como ella. Sabía que en sus palabras había algo más de lo que mostraba.
—Lo sé, Pandora. Lo sabemos ambos. —Su voz se hizo más firme—. La lealtad a Ainz-sama es nuestro deber. Y en esa lealtad, nuestra discreción es nuestra mayor fuerza. No podemos permitirnos errores. No con lo que está en juego.
Pandora sonrió sin sonrisa, pero su tono se volvió más suave, casi con una calidez inusitada para él.
—Albedo, no te preocupes. Nadie en Nazarick puede competir con nosotros en astucia. Lo que más me intriga es... ¿qué haríamos si uno de esos Supremos realmente nos desafía? Sería una... danza peligrosa, ¿no crees?
Albedo desvió la mirada, pero sus ojos dorados brillaron con intensidad. Algo en su postura cambió, como si se preparara para un duelo verbal.
—Es una danza que muchos de nosotros tememos, Pandora. Pero es necesario. Si uno de esos Supremos regresa, nosotros deberemos enfrentarlo con la misma frialdad y calculo con que enfrentamos a cualquier amenaza. No podemos permitirnos distracciones. Y eso incluye tus... pequeños juegos.
Pandora se acercó un poco más, haciendo un gesto amplio con la mano, como invitando a la reflexión.
—Mis juegos... quizás. Pero, al final, todos estamos aquí por un mismo propósito, ¿no? Y si esa es la verdad, ¿qué sería de nosotros sin un poco de diversión para aligerar el camino? Después de todo, hemos sido moldeados por un conjunto de deseos y decisiones que, al final, nos unen más de lo que nos separan.
Albedo lo observó fijamente por un largo momento. No hubo palabra que siguiera. La mirada entre ambos era una mezcla de respeto mutuo, pero también de una tensión que nunca desaparecía. Los dos sabían que sus pensamientos no siempre coincidían, pero también sabían que la misión que compartían era demasiado importante para fallar.
Finalmente, Albedo dio un paso atrás, recuperando su compostura.
—Estoy de acuerdo, Pandora. Pero... recuérdalo. La lealtad es el primero de los deberes.
Pandora hizo una reverencia ligera, casi teatral, y asintió con solemnidad.
—Lo recuerdo, Albedo. Lo recuerdo perfectamente.
La conversación siguió en un tono más ligero, pero el eco de las palabras que habían compartido se quedó flotando en el aire, como un recordatorio constante de que el camino que ambos seguían estaba lleno de sombras y luces inciertas.
—Décimo Piso - Tesorería de Nazarick
La transición del Salón del Trono a la Tesorería fue silenciosa, casi anticlímax, pero no para Pandora's Actor. Para él, era como pasar del altar a la cripta donde descansaban los santos. La cámara interna, protegida por múltiples sellos mágicos y una oscuridad densa, Sobre la puerta, una inscripción tallada en un idioma antiguo se extendía como una advertencia y un juramento. Pandora adoptó una postura militar, firme. Con solemnidad, retiró su gorra y la colocó sobre su pecho, mientras alzaba la otra mano con gesto ceremonial. Entonces, recitó con voz firme:
Ascendit a terra in caelum, iterumque descendit in terram, et recipit vim superiorum et inferiorum.
(Asciende de la tierra al cielo, y de nuevo desciende a la tierra, y recibe el poder de lo superior y lo inferior.)
Toto corde vestro crescit caelum; iterumque descendit in terram, et fit compositio potentiae.
(Con todo tu corazón el cielo crece; luego desciende de nuevo a la tierra, y de ello nace la conjunción del poder.)
Te vincere igitur gloriam in mundo, et tenebrae erunt vobis, olim relinquere.
(Venced así la gloria del mundo, y las tinieblas os pertenecerán, hasta que llegue el tiempo de partir.)
Las puertas de la Tesorería se abrieron con un susurro profundo y antiguo. Solo él podía entrar. Solo él tenía ese derecho.
Las puertas dobles se cerraron tras de sí, dejando atrás cualquier eco del mundo exterior. La Tesorería estaba iluminada por cristales mágicos tenues, flotando en el aire como luciérnagas doradas. Las bóvedas de obsidiana negra custodiaban los ítems más sagrados: artefactos, reliquias, armas únicas... y los recuerdos.
—Willkommen zu Hause... —susurró, extendiendo ambos brazos, girando con teatralidad y dejando que su voz rebotara en los pasillos—. Bienvenido a casa, Pandora.
Caminó por entre las vitrinas con pasos suaves, casi reverenciales. Cada objeto tenía una historia. Algunos habían sido usados por los Supremos en combate, otros eran simplemente recuerdos de caprichos momentáneos, decoraciones sin utilidad real... pero ninguno era irrelevante para Pandora.
—Aquí están todos... los suspiros, los gritos, los silencios. —Se detuvo frente a una máscara roja con plumas—. Shaltear no sabría qué hacer con esto. Pero tú... tú, Pandora, sabes que era una broma interna. Un momento, un suspiro de camaradería olvidado por todos... menos tú.
Frente al escritorio central —una pieza tallada por el propio Blue Planet, con incrustaciones minerales que brillaban según el tono de voz—, Pandora se sentó con exagerada gracia. Se inclinó hacia adelante, cruzó las piernas como si estuviera en un salón noble, y desplegó una docena de pergaminos, tintas y sellos.
—Bien, Pandora... vamos a trabajar.
Hablaba consigo mismo sin pudor alguno, pero en realidad, no estaba solo. Hablaba con los supuestos ecos que creía aún habitaban allí. Proyecciones, imágenes mentales de los Supremos, rostros que nunca dejaban su conciencia.
—La invitación para Narberal... sobria. Con bordes negros. Sin ilustraciones innecesarias. Quizás un sello de Momonga-sama en relieve... Ja, ¿demasiado adulador? Nein. Ella lo verá como correcto.
Hizo una anotación rápida, garabateando con precisión quirúrgica, luego se detuvo a medio trazo.
—¿Y si no la aceptan? ¿Y si las Pleiades lo ven como un acto de debilidad? ¿Y si creen que me estoy entrometiendo en algo que no es mío?
Se levantó de golpe. Caminó en círculos, con una mano sobre la cadera y la otra extendida en el aire, haciendo gestos como si hablara con un tribunal invisible.
—¡Nein! ¡Es una táctica! Diplomacia suave. Estrategia emocional. Un movimiento anticipado en el juego largo...
Volvió a sentarse. Más garabatos.
—Yuri Alpha... Necesitaré una tipografía más formal. Es casi una bibliotecaria de mentalidad. Quiere precisión, orden, motivos intelectuales. Sello doble. Frase conmemorativa. Algo como... "Por el equilibrio entre la estructura y el alma de Nazarick."
Silencio.
—¿Demasiado pretencioso?
—Nein... ¡Tal vez sí!
Se desplomó sobre el escritorio. El rostro, sin rostro, presionado contra los papeles. Un suspiro largo escapó por las aberturas de su máscara. Parecía el exhalar de un horno triste.
—No puedo fallar. No puedo darles una razón más para reírse a mis espaldas. Ya bastante tengo con ser "el actor"...
Levantó la cabeza, y con un gesto rápido, se obligó a volver al trabajo. Su mano temblaba un poco.
—Solution... esa es peligrosa. No aceptará una invitación cualquiera. Debe sentirse superior. ¿Tal vez pergamino grueso? ¿Incrustaciones? ¿Una nota escrita con tinta alquímica que cambia de color según el ángulo?
—Sí... sí, eso la impresionaría.
Volvió a escribir. Rápido, compulsivo, como si cada trazo lo acercara a una salvación invisible. Hizo un mapa mental de dónde se encontraría cada invitada. Las sillas. El orden del té. Las infusiones disponibles. Los temas de conversación según el humor probable. Climas.
—Tengo que tener preparados tres perfiles de conversación para cada una. ¿Y si Lupusregina empieza con una broma? ¿Y si Entoma no quiere participar?
Comenzó a dibujar una tabla: emociones esperadas, respuestas sugeridas, frases de emergencia.
—Y si se ríen...
Se quedó en silencio. La pluma colgando sobre el papel.
—Entonces me reiré también. Con gracia. Y luego... intentaré otra vez.
Se enderezó lentamente. Miró alrededor. Todo lo que protegía. Todos los recuerdos que nadie más recordaba.
—No puedo permitirme fracasar. No por mí. Sino por ellos. Por Ainz-sama. Por los otros 40. Y porque... aunque sea por un momento, quiero que todos me vean. No como el guardián de una tumba, sino como alguien que construye algo vivo.
Selló el primer sobre con su firma.
Y por primera vez en mucho tiempo, Pandora sintió que había dado un paso hacia algo nuevo.