En lo profundo de la Gran Tumba de Nazarick, exactamente en la cámara sagrada conocida como la Tesorería, el silencio era absoluto… salvo por el sonido metálico de un anillo al ser girado meticulosamente sobre un cojín de terciopelo. Entre vitrinas mágicas, cofres de sellado y columnas talladas con emblemas olvidados por el tiempo, una figura se movía con una elegancia... peculiar.
Aquel ser no tenía rostro humano: tres orificios —dos para ver y uno para hablar— adornaban su cabeza. Aun así, cada movimiento que realizaba, desde ordenar gemas por tonalidad hasta verificar pergaminos malditos, lo hacía con precisión quirúrgica. Era un doppelgänger, pero no uno cualquiera. Ese monigote exagerado, ese bastión de solemnidad y teatralidad... era Pandora's Actor, Guardián de la Tesorería de Nazarick.
Recientemente, se le había concedido una labor adicional: imitar al caballero oscuro Momon, fingiendo ser el protector del Reino. Una misión honorable, sin duda. Pero él sabía, lo sabía profundamente en cada fibra de su cambiante cuerpo, que podía hacer más. Mucho más.
Sin embargo, no era el trabajo lo que lo inquietaba. Era la gente. Específicamente, la percepción de sus compañeros.
Las reverencias eran correctas. Las órdenes se acataban. Pero las miradas… esas miradas. Envidia camuflada, desdén contenido, muecas al borde de lo insolente. Lo notaba incluso en las Pléyades. Hasta Yuri Alpha —siempre tan pulcra, siempre tan eficiente— lo miraba como si su existencia fuese una broma privada que todos compartían excepto él.
Pandora suspiró, aunque no tenía pulmones. Dejó el anillo en su lugar, cuadró sus hombros y salió de la Tesorería como un soldado que marcha hacia su batalla más difícil: la aceptación.
En la antesala del trono, una sirvienta de nombre Sexto se mantenía erguida como estatua viviente. Fue ella quien anunció su presencia.
—El Guardián de la Tesorería solicita audiencia.
Desde el interior de la sala, una voz respondió:
(Estoy fingiendo leer… pero no tengo energía para lidiar con Pandora.)
—Que entre.
La puerta se abrió. Pandora entró con paso marcial, rodillas elevadas, manos rectas al costado. Se detuvo a la distancia correcta, se cuadró como si esperara inspección y saludó con una reverencia militar.
—Guten Tag, Vater. Heute sehen Sie besonders erhaben aus.
—Buen día, padre. Hoy se ve especialmente majestuoso.
(¿Por qué tiene que ser tan exagerado…?)
Un aura verde se activó al instante. La supresión emocional surtía efecto. Afortunadamente, Sexto —que seguía sentada junto a la puerta— no comprendía alemán. Ainz, por suerte, le había permitido llamarlo padre… siempre que estuvieran solos.
—Buen día, Pandora’s Actor. Sexto, puedes retirarte.
La sirvienta asintió, se inclinó con la elegancia de las sirvientas y abandonó la sala. Pandora la observó marcharse con la atención de un halcón… hasta que fue interrumpido.
—Te he dicho que no exageres tanto.
—Mis disculpas, Vater. Fui creado así… por usted.
(Era genial cuando lo programé… ahora, sólo siento vergüenza ajena.)
—¿Es así?
—Es así. Fui creado por usted.
—Ich wurde von Ihnen erschaffen.
Ainz se aclaró una garganta que ya no tenía.
—¿Qué haces aquí?
Pandora, aún firme como estatua de guerra, respondió sin titubear:
—Padre… he notado miradas de envidia y extrañeza por parte de los demás habitantes de Nazarick. No lo dicen, pero cuando me doy la vuelta, comienzan a murmurar sobre mi vestimenta, mi vocabulario… y sobre el hecho de que soy el único al que usted permite permanecer tan cerca. Estoy aquí para encontrar una solución.
(Ya veo. Supongo que ser el “niño mimado” de los Supremos debe ser complicado… Quizá debería pasar más tiempo con los otros guardianes. O no.)
—Entiendo. Pero resuélvelo tú.
—¿Pero…?
—Debes resolverlo. ¿Cómo crecerás si yo te doy las respuestas?
(La verdad… ni yo sé cómo ayudarte, eres un bicho raro.)
Pandora se inclinó, con mano en el pecho.
—Verstanden. Ich werde dieses Problem selbst lösen.
—Entendido. Resolveré este problema por mi cuenta.
Sin decir más, retomó su postura de desfile, giró sobre su eje y marchó fuera con el mismo ritmo que si estuviera presentando armas.
Pasaron unos momentos. Sexto regresó, se inclinó y se sentó.
(¿Cómo debo actuar con Sexto? No puedo perder mi porte de gobernante… pero estos “niños” son los hijos de mis amigos. Debo hacer algo.)
Ainz se aclaró la garganta.
(Si le doy el día libre, seguro llorará creyendo que ya no es útil… y luego pedirá ser ejecutada por incompetencia.)
—Agradezco tu apoyo. Has hecho un gran trabajo.
Sexto sonrió, inclinándose levemente desde su silla.
—Sus palabras… son demasiado para mí, Ainz-sama.
(Estoy bien. Debería escribir cartas de agradecimiento para todos…)
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De vuelta en la Tesorería, Pandora hacía posturas raras mientras pensaba. Estaba solo, lo cual era afortunado, pues cualquier espectador habría creído que estaba peleando contra enemigos invisibles… o con su propia vergüenza.
—Debería intentar primero con las criadas. Si su opinión mejora… los rumores cambiarán.
Gira sobre sí mismo, alza un brazo con teatralidad.
—¿Pero cómo lo haré? No puedo cambiar mi vestuario ni mi personalidad… ¡así me hizo padre!
—Was für ein Dilemma…
—Qué dilema.
Se quedó quieto unos segundos, meditando.
—¿Ayudarlas con el trabajo? No, no… ellas aman lo que hacen. Es su sagrada misión, asignada por un Ser Supremo. Si otro guardián hiciera mi trabajo, yo… yo moriría de vergüenza.
Comenzó a hacer una serie de posturas aún más absurdas, dignas de una ópera futurista sin libreto.
—¡Lo tengo! Una reunión. Una reunión de té. Tal vez si organizo una con todas… el ambiente cambiará. También necesito cambiar la opinión de Yuri Alpha. La última vez que vino con Albedo y Ainz-sama, pude sentir que deseaba asesinarme. Ella es… mi máximo rival entre las sirvientas.
Se quedó en silencio. Luego alzó un dedo, como iluminado por la gracia de su creador.
—Una cosa a la vez. Empezaremos con las sirvientas.
Y así, en la penumbra de la tesorería, el guardián más incomprendido de Nazarick se preparó para ejecutar su plan maestro: ganarse el corazón de aquellas que lo consideraban... simplemente extraño.
Sin más ceremonia que un último saludo al silencio de su santuario, Pandora’s Actor partió en busca de información.
Si quería cambiar su imagen, necesitaba entender. Comprender qué apreciaban los sirvientes, qué les causaba disgusto, y qué podrían —quizá en un futuro ideal— encontrar entrañable en él. Correr por los pasillos de Nazarick no era algo digno de un Guardián, pero si lo hacía con las manos en la espalda, levantando las rodillas como en desfile, entonces, claro… sí lo era.
Fue entonces que se cruzó con una figura conocida: Eclair Ecleir Eicler, el pingüino mayordomo. Un ser pequeño, de porte ridículo y ambiciones imperdonablemente grandes. Su anhelo de gobernar Nazarick era tan claro como su brillo en la mirada. Dicen que sus baños eran tan limpios, que podrías beber de ellos sin temor… si ignorabas la idea de estar bebiendo del inodoro.
—Buen día, Pandora’s Actor-sama.
—Buen día, Eclair-san. Veo que sigues trabajando diligentemente.
—Así es. ¡Debo trabajar para gobernar Nazarick!
(…y todos lo ignoramos porque sería una tragedia dejar de reír con él.)
Tras ese intercambio breve pero cargado de códigos silenciosos, Pandora siguió su camino. Sus pasos lo llevaron hasta su destino: el comedor reservado para las sirvientas homúnculos.
Se colocó en cuclillas al borde de la puerta, con la espalda recta, el mentón alzado y un solo ojo asomando por la rendija. Observaba. Calculaba. Memorizaba.
¿Qué alimentos prefieren? ¿Azúcar o miel? ¿Café o té? ¿Postura recta o inclinada? ¿Ríen entre ellas? ¿Con quién se sientan más cerca? ¿Hay alianzas tácitas, enemistades ocultas, alguna que gobierne con un imperio invisible?
Pandora no tomaba nada a la ligera. Aquello era una operación de reconocimiento. Lo veía como un ensayo ceremonial previo a su ofensiva emocional.
Y entonces… las vio.
Yuri Alpha, rígida como una espada ceremonial, y CZ Delta, quieta como una piedra que piensa. Estaban sentadas al fondo.
—CZ, he escuchado que te llevas bien con una humana… de ojos afilados.
—Sí. Neia me gusta.
—Debes mantener distancia. No es de Nazarick.
CZ ladeó la cabeza. No respondió. No era de muchas palabras. Su mundo era binario: sí o no, fuego o no fuego, Neia o no Neia.
Mientras ellas hablaban, Pandora agudizó su audición. Algo más le llamó la atención.
Un grupo de tres sirvientas cuchicheaba cerca del ventanal. Pandora no podía distinguir sus rostros; su campo de visión desde la rendija era limitado, pero sus voces eran claras. Y más que claras… eran crueles.
—Pandora’s Actor parece… extraño.
—Lo es.
—Un bicho raro.
Tres lanzas verbales atravesaron su pecho metafórico. Apretó los dientes. No tenía. Apretó el alma, entonces.
—Dicen que es igual o más inteligente que Albedo-sama y Demiurge-sama.
—Es imposible. Es un bicho raro.
—Pero fue creado por Ainz-sama. Es imposible que sea tonto.
—¿Y si fue creado así para ser igual de cómico que Eclair-san?
—Debe ser eso. Ainz-sama probablemente pensó que tener un payaso entre los Guardianes sería divertido.
Las palabras, al principio afiladas, ahora se sentían pesadas. Como piedras arrojadas al fondo de su conciencia. Pandora se desplomó suavemente, aún agachado, y comenzó a retorcerse con dramatismo, como una serpiente herida por la burla en vez de por acero.
"Cuán crueles… cuán despiadadas son… todas."
Exagerado como siempre. Pero esta vez no había nadie para juzgar su espectáculo de dolor… excepto las propias sirvientas. Por fortuna, estaban más atentas al escándalo del grupo parlante.
Fue entonces que una voz cortó el murmullo con elegancia glacial.
—No deben hablar así de Pandora-sama… aunque sea un bicho raro.
Era Yuri Alpha.
Todas se enderezaron al instante. La reverencia fue unánime, rápida, nerviosa.
—Lo sentimos mucho, Yuri-sama.
—No se preocupen —dijo, sentándose con tranquilidad entre ellas—. Pandora Actor es un bicho raro.
Otra lanza. Esta no lo atravesó: lo empaló. Pandora, aún en el suelo, se revolvió más. El orgullo estaba herido. La dignidad, en fuga.
Pero entonces…
—Fue creado por un Ser Supremo. Así que es perfecto.
—Tiene razón, Yuri-sama. Pandora fue creado por Ainz-sama.
—A los ojos de Ainz-sama, es perfecto.
—Debe ser eso.
Las voces se suavizaron. El tono cambió, aunque las mentes —eso lo intuía— seguían repitiendo en silencio aquellas palabras que dolían más que magia negra: bicho raro, enfermo, demente.
Pandora se arrastró por el pasillo como un héroe herido tras una batalla de opiniones.
Volvió a la Tesorería sin fuerzas, dejando atrás un aura de tragedia exagerada.
Había dado un paso… aunque ese paso lo dejara más confundido, más herido y, si era honesto consigo mismo, más decidido que nunca.
—Esta será… la guerra más dura de todas.
Y con eso, se colocó de nuevo en cuclillas, trazando un mapa social invisible sobre el suelo de mármol, listo para planear su siguiente movimiento. Porque si Nazarick no lo comprendía… entonces, él mismo construiría la comprensión...