Hola hoy está un poco más corto ya como son mis exámenes y también está difícil escribir acción, más cuando no he definido realmente cuál es el sistema de poder de este mundo XD
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Liberato
La visión se superpuso a su cuerpo como una segunda piel, como si le perteneciera desde siempre. Sintió fuerza. Técnica. Memoria.
Con un grito ahogado, Liberato liberó una intención asesina que hizo temblar al obispo. No sabía de dónde venía... pero no iba a desperdiciarla.
Saltó, apoyando ambos pies con brutalidad en las rodillas del Obispo del Destino. Sujetando su brazo como una palanca, se dejó caer hacia atrás, dejando que la gravedad y el líquido viscoso hicieran lo suyo. Luego, empujó con las piernas con toda su furia aunque el obispo no recibió daño alguno igual cometió su cometido.
Se liberó.
El obispo fue aturdido momentáneamente. E-34 no se detuvo a pensar. Aprovechó el estupor del sacerdote y la creciente sed de muerte que latía en su pecho para correr hacia la chica de cabello blanco.
<<¿Por qué estoy corriendo hacia ella? ¿No estaban intentando matarme? ¡¿Qué carajos estoy haciendo?!>>
Pero su cuerpo ya había decidido. Detestaba sentirse impotente, así que corrió. Corrió con cada célula desgarrada de su maltrecho cuerpo.
Aila lo vio. Sus ojos se abrieron como lunas al ver a E-34 escapar. Dio un paso hacia él, pero entonces...
—¡NO! —bramó Dorian, que no le había quitado la mirada de encima ni por un segundo.
Con precisión quirúrgica, giró sobre sí mismo. Su lanza trazó un arco perfecto, liberando una mezcla salvaje de peligrosidad de fuego y aura que talló una media luna ardiente entre él y Aila. Las baldosas de obsidiana se rajaron, y el calor la obligó a retroceder.
—¡Maldito imbécil! —gruñó Aila, cubriéndose con un escudo de hielo—. ¡¿Quieres matarnos a todos?!
—¡Quítate del camino, Aila! ¡Él no debe vivir!
Dorian giró de nuevo, ojos rojos como carbones. Esta vez, su mirada apuntaba directamente al corazón de su problema.
—¡E-34! —rugió, alzando su lanza.
El joven corrió unos metros más... y entonces sintió el mundo retorcerse.
La intención asesina de Dorian lo alcanzó como una cuchilla en la espalda. Pero no era solo eso.
El obispo, recuperado, venía hacia él como una avalancha de oscuridad.
<<¡Mierda... mierda... mierda!>>
Y entonces, las visiones estallaron. Como relámpagos en su mente. Un segundo al futuro. Solo uno.
Se vio empalado por la lanza de Dorian.
Se vio aplastado por los puños, pies y rodillas del obispo. Todo en ese monstruo era un arma.
Se vio consumido por fuego. Por la explosión.
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Pero su mente no se detuvo. Su cerebro, alterado por Zane, procesó cada microdetalle. Como un algoritmo viviente, aisló patrones.
En todas sus muertes causadas por Dorian... el punto fatal era el corazón.
Y Dorian, por la distancia, siempre lanzaba la lanza.
El precio de tal revelación fue altísimo. Sus oídos y ojos empezaron a sangrar, y un dolor como mil cuchillas se clavó en su cráneo.
Pero la voluntad de Liberato no le permitió ceder.
Alzó la vista. Borroso, pero aún podía ver a Dorian retraer el brazo como un resorte.
Y desde la esquina de su visión, sintió cómo se agitaban energías oscuras y caóticas. El obispo.
Era el momento.
Torció los tobillos y se movió. Se colocó justo en la línea entre el obispo y Dorian, donde el ángulo lo cubriría.
Y entonces, clavó su mirada roja sangre en los ojos escarlata de Dorian. Liberó su intención asesina. Toda. Cruda. Inhumana.
Dorian no pudo evitarlo. La tensión, el fuego en sus músculos, lo forzaron a lanzar.
La lanza cruzó el aire.
Y E-34 se lanzó hacia la izquierda, solo lo justo y necesario para que el obispo no la viera venir todavía.
La lanza no erró. Lo atravesó de lado, arrancando carne, tendones y huesos del hombro, casi llevándose el brazo completo. Pero no su corazón.
Gritó. Pero no paró.
Siguió corriendo.
La lanza, ahora sin blanco directo, voló como una bestia hacia el obispo. Este, con una precisión instintiva, se vio obligado a actuar. Su ataque dirigido a E-34 cambio de trayectoria porque si no la detenía, toda la cámara podría venirse abajo.
Su puño oscuro como una estrella moribunda chocó con la lanza.
El impacto fue monstruoso.
La onda expansiva alcanzó a E-34 como un muro invisible, y lo catapultó hacia adelante como un muñeco de trapo.
En el aire, las visiones cambiaron.
Ahora lo vio atravesado por la espada carmesí y oscura de Aila.
Y luego, el anillo flotante... sus runas centelleando. Girando. Más rápido. Demasiado rápido.
Una luz etérea, blanca como la muerte, lo cegó.
Las visiones se detuvieron.
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El golpe contra el suelo lo sacó del trance. El frío de las baldosas de obsidiana se le clavó en cada herida abierta. El zumbido en su cabeza era puro sufrimiento.
Casi se desmaya.
Pero Liberato no lo dejaría rendirse tan fácil.
Dorian, mientras tanto, no podía creer lo que acababa de presenciar. Ese maldito experimento, ese payaso, ese... insecto había jugado con dos obisposnde las principales iglesias como si fueran muñecos.
Y su intención asesina... era comparable a la del Cardenal del sol.
—¡Bastardo...! —murmuró, apenas creyéndolo.
Entonces lo vio. El desgraciado rodó entre sus piernas mientras aún estaba aturdido.
Su futuro, literalmente, se le escapaba entre las piernas.
Dorian se giró con furia para detenerlo... solo para encontrar de frente la punta de la espada de Aila.
—¡Si das un paso más, te juro que te entierro aquí mismo!