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Chapter 170 - Capítulo 14: Conversación Forzada

La furia impulsaba a Bradley. No era solo adrenalina; era una rabia hirviente por lo que le habían hecho a Kaira, por la audacia del Presidente al volarle la cabeza, por la impotencia que sintió en ese instante. Corría a supervelocidad a través de las calles controladas de Ottawa, pasando junto a militares congelados en posturas extrañas, títeres en una obra silenciosa dirigida por la voluntad sangrante de Kaira. El silencio antinatural de la ciudad era perturbador, roto solo por el sonido del viento y el latido furioso de su propio corazón.

En su camino de regreso al edificio gubernamental, encontró más militares. Algunos seguían en poses rígidas bajo el control de Kaira. Otros, quizás refuerzos que no habían sido abarcados por la Red Desatada inicial, estaban confusos, intentando reagruparse. Su furia encontró una salida.

—¡Quítense de mi camino!—rugió Bradley, su voz una exclamación de rabia a supervelocidad.

No se detuvo a luchar. Se desahogó usándolos como obstáculos móviles. Un empujón de aire a alta velocidad arrojó a tres militares contra una pared sin matarlos. Un giro rápido envolvió a dos en cables de teléfono caídos. Desarmó a otros en un blur, lanzando sus armas a techos lejanos. Fue una descarga violenta pero controlada, un estallido de su frustración que no llegó a la letalidad, pero que dejó a los militares aturdidos y más desorganizados. Sus gruñidos de esfuerzo y furia resonaron en el silencio controlado.

Llegó de nuevo al edificio gubernamental. La puerta forzada del despacho seguía abierta. Entró con cautela, listo para cualquier cosa. Encontró al Presidente cerca de su escritorio, agitado, intentando usar un teléfono que Kaira probablemente había inutilizado mentalmente.

El Presidente lo vio. Sus ojos se abrieron con pánico, pero un destello de desafío apareció.

—¡Tú!—exclamó el Presidente—. ¡No te dejaré…!

No terminó la frase. Bradley actuó. Con la velocidad de un rayo, se movió. Un golpe rápido y preciso en un punto sensible. No usó la fuerza para matar, sino para incapacitar. Un golpe seco.

El Presidente cayó al suelo, inconsciente. Capturado.

—Esto es por Kaira—murmuró Bradley, su voz aún tensa por la rabia contenida.

Cogió el cuerpo inerte del Presidente. Se sentía extrañamente ligero en sus brazos a pesar de la armadura psíquica que parecía rodearlo. No perdió un segundo más. Salió del despacho, del edificio, y corrió de regreso a través de las calles controladas por Kaira. Su única prioridad ahora era regresar a ella.

La encontró donde la había dejado. Contra la pared del callejón sin salida, rodeada por el ejército de títeres inmóviles. Kaira seguía allí, manteniendo la Red Desatada. Sangre seca cubría parte de su rostro, y sus ojos aún brillaban con un rojo antinatural, pero la intensidad de su concentración no había disminuido. El esfuerzo físico era palpable en su postura tensa y su respiración forzada.

Bradley se detuvo frente a ella, bajando con cuidado al Presidente inconsciente y recostándolo en el suelo.

—Lo tengo, Kaira—dijo Bradley, su voz cargada de alivio y preocupación—. Está… noqueado.

Kaira parpadeó, sus ojos rojos enfocándose en él, luego en el Presidente inconsciente. Un sutil gesto de asentimiento.

—Asegúralo…—dijo Kaira, su voz era ronca y débil por el esfuerzo, pero la orden era clara—. No quiero más sorpresas. Usa… lo que encuentres.

Bradley asintió. Usó los cinturones de los militares cercanos (que permanecieron inmóviles mientras les quitaba sus cinturones) para atar firmemente las manos y pies del Presidente, asegurándolo contra una pared cercana.

Una vez asegurado, Kaira pareció relajar ligeramente su concentración sobre la Red, aunque la mantenía activa. Se enderezó un poco, respirando con más dificultad.

—Despertará pronto—dijo Kaira—. Necesito… necesito hablar con él. Sin control. Necesito saber… cómo lo hizo.

Esperaron. El silencio solo se rompía por la respiración dificultosa de Kaira y el distante ulular de alguna sirena que no había sido detenida por su poder. Poco a poco, el Presidente comenzó a moverse. Gimió, frotándose la cabeza, y luego sus ojos se abrieron con pánico.

Se incorporó bruscamente, o intentó hacerlo, antes de darse cuenta de que estaba atado. Su mirada, ahora lúcida y llena de furia, se posó en Kaira, luego en Bradley, y finalmente en los soldados inmóviles a su alrededor.

—¿Qué… qué es esto?—rugió, forcejeando contra las ataduras—. ¡Libérenme! ¡Esto es un acto de…!

—Es la consecuencia de tus actos, Presidente—la voz de Kaira era baja, controlada, a pesar de su condición física. Se acercó un poco a él, sus ojos rojos fijos en los suyos—. Y ahora… vamos a hablar. Sin control mental. Quiero saber cómo rompiste el mío.

El Presidente la miró, notando la sangre, los ojos rojos, la tensión. Comprendió que, aunque poderosa, estaba pagando un precio. Una burla cruzó su rostro, mezclada con miedo.

—¿Crees que te lo diré?—espetó—. Después de lo que hicieron. Después de…—Su mirada se desvió hacia el cuello de Kaira—. Después de eso.

—Lo harás—dijo Kaira, con una calma aterradora—. Porque tengo a tu ejército, Presidente. A tu ciudad. A tu nación. Y soy la única que puede decirles que vuelvan a la normalidad. O no. Depende de lo que me digas.

La tensión en el callejón era inmensa. El Presidente, un rehén atado, enfrentado a la telepata sangrante que controlaba su ejército. Bradley observaba, listo para actuar, sintiendo la delicadeza y el peligro de la situación.

El Presidente la miró, sopesando sus opciones. Rodeado por su propio ejército controlado. Atado. Enfrentado a la única persona que podía liberarlos, o no. Un silencio cargado flotó en el aire.

Finalmente, el desafío en sus ojos cedió a una fría resignación, mezclada con una estrategia forzada.

—Muy bien—dijo el Presidente, su voz era tensa pero controlada—. Tienes mi atención. Pero mi voluntad… no está rota. Solo… temporalmente… inconveniente.

—Explícame cómo—ordenó Kaira, sus ojos rojos no se apartaban de él. Necesitaba entender la debilidad en su propio poder.

La conversación comenzó. El Presidente, un títere que se había rebelado, ahora un rehén que hablaba. Kaira, la titiritera herida que buscaba conocimiento. Y Bradley, el protector silencioso, observando cómo el destino de una nación se debatía en un callejón de Ottawa. El diálogo exploró los límites del control mental, la sorprendente resistencia de la mente humana y las implicaciones para el plan de Ryuusei. El Presidente reveló detalles sobre el entrenamiento mental de alto nivel que recibía como jefe de estado, defensas psíquicas sutiles, una fuerza de voluntad forjada en años de presión. No era una inmunidad total, pero sí una resistencia que podía, en momentos de estrés extremo, romper un control menos absoluto. Su intento de matar a Kaira fue un acto desesperado que, paradójicamente, le permitió una brecha de lucidez.

La conversación fue tensa, llena de revelaciones y negociaciones tácitas. Kaira obtuvo información vital. Comprendió que el control a largo plazo sobre él sería más difícil, requiriendo un esfuerzo constante o métodos diferentes.

Finalmente, la conversación llegó a su fin. Kaira tenía la información que necesitaba. La movilización militar canadiense seguía en pie; las órdenes habían sido procesadas en la cadena de mando antes de que el Presidente se liberara por completo. Podía mantener el control masivo sobre el ejército presente, pero mantener al Presidente bajo control mental constante sería un drenaje insostenible en su estado.

—Tenemos lo que necesitamos—dijo Kaira a Bradley, su voz débil—. Y no podemos dejarlo libre. Es un riesgo demasiado grande ahora.

Decidieron qué hacer con el Presidente (capturado pero peligroso) y cómo proceder con el ejército controlado. La logística para salir de Ottawa con un ejército, y quizás un Presidente cautivo, era el siguiente desafío inmenso.

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