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Chapter 4 - Chapther 4: El Aliento Divino: La Formación de los Mundos

 Antes de la existencia del tiempo, antes de la luz y la oscuridad, solo existía el Vacío

 Primordial, un abismo insondable e informe. En este vacío, dormía el Dragón del Origen,

 una entidad de poder inimaginable, la fuente de toda la creación potencial. No era un ser

 consciente en el sentido humano, sino una fuerza fundamental, un océano de energía

 pura a la espera de manifestarse.

 El despertar del Dragón fue un evento cataclísmico, no un simple abrir de ojos, sino una

 explosión de energía que resonó a través del Vacío. De su ser emanó el Aliento Divino,

 una exhalación cósmica que contenía la semilla de todo lo que sería. Este aliento no era

 aire, sino una sustancia etérea, una mezcla de potencialidades infinitas, de leyes físicas

 aún por definir, de la materia prima de la realidad.

 El Aliento Divino, al expandirse, comenzó a interactuar consigo mismo, creando vórtices y

 remolinos de energía. En estos remolinos, las primeras leyes de la física comenzaron a

 tomar forma. La atracción y la repulsión, la causa y el efecto, la energía y la materia, todo

 surgió de la danza caótica del Aliento.

 De estos remolinos primordiales nacieron los primeros mundos, no como esferas sólidas,

 sino como planos de existencia superpuestos, dimensiones entrelazadas y reinos de

 energía pura. Cada mundo era una faceta diferente del Dragón del Origen, una expresión

 única de su potencial ilimitado.

 El primer mundo en formarse fue Aethelgard, el Reino Celestial. Este no era un lugar

 físico, sino un plano de existencia de pura luz y armonía, la morada de los Seres de Luz,

 las primeras emanaciones conscientes del Dragón. Aethelgard era la fuente de toda la

 bondad y la justicia, el arquetipo de la perfección.

Luego surgió Umbra, el Reino de las Sombras. Este mundo era el reverso de Aethelgard,

 un lugar de oscuridad y caos, donde las leyes de la física eran fluidas y la realidad se

 distorsionaba constantemente. Umbra no era inherentemente malvado, sino la

 representación de la imperfección, la sombra necesaria para que la luz brillara.

 Entre Aethelgard y Umbra, se formaron otros mundos, cada uno con sus propias

 características y propósitos. El Reino Elemental, donde los elementos primordiales (fuego,

 agua, tierra y aire) danzaban en un equilibrio precario. El Reino Espiritual, un plano de

 existencia donde las almas encontraban su camino y se preparaban para la encarnación.

 El Reino de los Sueños, un mundo onírico donde la realidad se desdibujaba y la

 imaginación reinaba suprema.

 Finalmente, surgió el mundo que conocemos como Aerthos, el Reino Material. Este

 mundo era una mezcla de todos los demás, una combinación de luz y oscuridad, de orden

 y caos, de elementos y espíritus. Aerthos era el más denso y tangible de todos los

 mundos, el lugar donde la materia tomaba forma y la vida podía florecer.

 La formación de Aerthos fue un proceso largo y arduo. El Aliento Divino se condensó y

 solidificó, creando montañas imponentes, océanos vastos y continentes extensos. Los

 elementos primordiales se combinaron para formar la tierra, el agua, el aire y el fuego que

 sustentan la vida.

 Pero Aerthos era también un mundo imperfecto, marcado por la influencia de Umbra. La

 oscuridad y el caos se manifestaban en forma de desastres naturales, enfermedades y la

 lucha constante por la supervivencia. Aerthos era un campo de batalla entre las fuerzas

 de la luz y la oscuridad, un lugar donde el bien y el mal se enfrentaban en una danza

 eterna.

 El Dragón del Origen, aunque trascendente a estos mundos, seguía siendo su fuente y su

 sustento. Su Aliento Divino fluía a través de cada uno de ellos, nutriendo la vida y

 manteniendo el equilibrio. Pero el equilibrio era frágil, y la sombra de Umbra amenazaba

 constantemente con consumirlo todo. La creación de los mundos fue solo el comienzo de

 una historia épica, una historia de luz y oscuridad, de creación y destrucción, una historia

 que aún se está escribiendo.

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