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Chapter 10 - capitulo 10

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Capítulo 10: 9 de septiembre de 2012

El despertador sonó a las 6:30 en punto. Aunque era domingo, había vuelto la rutina. Se acabaron los días libres. El regreso a los entrenamientos del NK Adriatic era oficial, y yo estaba más que listo.

Salté de la cama con energía. El dolor muscular de los días anteriores se había disipado. El cuerpo ya se sentía más liviano, más veloz, más resistente. Me miré al espejo después de ducharme: los pectorales comenzaban a notarse más firmes, los brazos estaban menos flacos y el abdomen… aún no tenía el six-pack de portada, pero ya no era liso y blando como un par de semanas atrás. Me sonreí solo. Iba por buen camino.

Desayuné fuerte: dos huevos duros, pan con mermelada, un vaso de leche y una banana. No era el desayuno de un profesional, pero cumplía su función. El sol todavía no salía del todo cuando me puse la ropa de entrenamiento y salí rumbo al club. Como siempre, fui caminando. Esa caminata solitaria me servía para centrarme. Para visualizar el día.

Al llegar al campo, varios ya estaban ahí. Algunos estiraban, otros bromeaban entre sí. Marko me saludó desde lejos con un gesto de cabeza. Yo asentí y comencé a calentar. El césped estaba húmedo, pero en buenas condiciones. El aire olía a tierra y esfuerzo.

El entrenador, el mismo que me había probado en aquel primer día, se acercó al grupo a las 7:30.

—Hoy vamos a trabajar en control de balón, pases y posicionamiento. Y más vale que nadie venga a pasear —dijo con voz firme.

Durante la primera media hora hicimos ejercicios de toque corto, uno-dos, movilidad constante. Yo me ubiqué como extremo izquierdo, mi posición natural. El asistente técnico me miraba de vez en cuando, tomando nota. Lo noté. Yo no era uno más. Al menos, ya no.

Después pasamos a ejercicios de posesión. Dos equipos, un espacio reducido, presión alta. Aquí es donde brillaba. Sabía cuándo tocar rápido, cuándo girar con el balón, cuándo acelerar. La experiencia de otra vida me guiaba. El cuerpo aún era joven y limitado, sí, pero el cerebro jugaba con otra ventaja.

En una de las secuencias, robé un pase, amagué hacia adentro, salí hacia afuera y metí un centro perfecto que terminó en gol. Los compañeros gritaron de emoción. El técnico simplemente asintió con una mueca.

Al final, jugamos un partido reducido. Me tocó con Marko, un par de los mejores defensores y un centrocampista de toque fino. En la primera jugada del partido, me desmarqué en diagonal, recibí, bajé con el pecho, encaré al central y la clavé de zurda al segundo palo. El grito fue corto, pero intenso. No necesitaba celebrar mucho. Solo demostrar.

Cuando el entrenamiento terminó, el técnico nos reunió.

—Algunos han mejorado. Otros se están quedando. Y otros… están aprovechando su oportunidad. Luka —dijo, mirándome—, seguí así. No te duermas.

—No pienso dormir —respondí sin vacilar.

Los demás me palmeaban la espalda. Yo apenas sonreía. No por falsa humildad, sino porque sentía que era lo mínimo que debía hacer. Aún faltaba tanto por recorrer…

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Después de la ducha volví al orfanato. Aproveché el rato antes del almuerzo para encender el ordenador de la sala común. Entré a Twitter. Aunque no posteaba nada, usaba una cuenta anónima para ver contenido de interés. Lo primero que me apareció fue una entrevista de Sara Carbonero a Iker Casillas, recientemente subida por Telecinco. Aunque ya la conocía —obvio que sí—, la volví a ver.

Su voz pausada, su mirada directa, la manera elegante de preguntar… todo eso la convertía en más que una simple periodista. En el futuro, tendría una carrera impresionante. Pero ahora era solo la Sara que ya destacaba en la televisión, aún sin saber que un día estaríamos tan cerca. Me quedé mirándola unos minutos más de lo necesario.

—Ya vendrás —murmuré para mí mismo.

Después me metí en YouTube y puse algo de música. Esta vez opté por algo tranquilo: una canción de Maya Kendrick, aún desconocida como actriz. En esta línea temporal, había empezado a subir covers con su voz suave y una guitarra acústica. No era famosa todavía, pero el video tenía algunos cientos de visualizaciones. Me pregunté si ella sabría lo que el futuro le deparaba. Seguramente no.

Cuando fui a almorzar, Marko me preguntó:

—¿Estás viendo música extranjera?

—Sí. Inglés, español, de todo. Me gusta aprender idiomas.

—¿Y eso?

—Nunca sabés cuándo te va a tocar hablar con alguien importante.

No mentía. Ya hablaba perfectamente varios idiomas, pero no convenía decirlo así sin más. Tenía que mantener el perfil bajo. Por ahora.

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A la tarde volví a entrenar por mi cuenta. Fui al pequeño gimnasio del orfanato. Era básico, pero funcional. Cinta, banco de pesas, algunas mancuernas y una bicicleta fija. Hice una rutina centrada en tren inferior. Sentadillas con peso corporal, zancadas, saltos verticales. Luego 20 minutos de bicicleta a ritmo medio.

Mientras pedaleaba, tenía los auriculares puestos. Esta vez sonaba una canción antigua de Blondie Fesser, quien en esta época aún se dedicaba al modelaje alternativo en foros independientes. Me sorprendía cómo muchas mujeres que conocí en la otra vida ya estaban mostrando señales de lo que serían. Era como leer las primeras páginas de un libro que ya habías terminado.

Al anochecer, me sentía agotado. Físicamente, claro. Mentalmente, estaba más motivado que nunca. Cené temprano —arroz con pollo, pan y yogur—, me duché y me metí a la cama. Antes de dormir, encendí el viejo MP3 otra vez. Esta vez, escuché "Kopija", una balada melancólica de Lana Jurčević.

Pensé en Split, en Madrid, en el futuro. En las mujeres que ya comenzaban a rodear mis pensamientos, aunque aún no mis pasos. Y sobre todo, en lo que debía hacer para que todo eso se volviera real.

Mañana habría más entrenamiento. Más esfuerzo. Más pruebas. Y yo no pensaba fallar.

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