Cherreads

Chapter 13 - Mientras uno cae, el resto se levanta

El ambiente en la habitación era tenso. Los dos portadores del elemento viento se mantenían de pie, intentando parecer tranquilos, aunque sus ojos evitaban cruzarse con los del príncipe.

—Los estudiantes colapsaron. Algunos… se retiraron de la academia —murmuró uno de ellos, con la mirada clavada en el suelo.

—No creí que llegaría tan lejos —comentó Ardin, cruzando los brazos con calma fingida—. En fin… solo necesito saber de los hermanos Starwind… y su grupo.

—Estaban afectados, sí… pero ahora están más motivados que nunca. Es extraño —respondió otro, inseguro.

Ardin dio un par de pasos por el cuarto, sin prestar atención a las camas mal tendidas ni al desorden. Se detuvo junto a una mesa cargada de cosas y frunció levemente el ceño.

—Deberían limpiar un poco su cuarto. Aquí apesta —soltó sin volverse.

—¿Y eso a qué viene…? —preguntó uno de los portadores, sin entender el comentario.

El príncipe se giró lentamente, dejando ver una media sonrisa cargada de malicia.

—Pronto empezará el torneo de la academia. Haré todo para que ustedes ganen. Hasta entonces, prepárense. Quiero ver cómo caen los hermanos Starwind… delante de todos.

Hubo un silencio incómodo. Uno de ellos tragó saliva antes de atreverse a preguntar:

—Nunca te lo pregunté, pero… ¿por qué los odias tanto?

Ardin entrecerró los ojos. No alzó la voz. No necesitó hacerlo. Bastó su mirada para cortar cualquier otra pregunta.

—Los detalles no importan —dijo al fin, con un tono más gélido—. Bastante hago ya dándoles información y poder. Solo hagan su parte.

Quinto mes – Reconstruyendo la clase

Las clases continuaron y, poco a poco, el grupo de los Starwind empezó a conectar con sus compañeros. Ya no se trataba solo de entrenar, sino de reconstruir una clase quebrada por la desconfianza y el miedo.

Amadeo, Aurora, Freya y Lili asumieron el papel más difícil: acercarse a quienes menos sabían en teoría. No solo explicaban con paciencia, sino que lograban que incluso los temas más densos parecieran sencillos. Tenían el don de enseñar… y de hacer sentir a los demás que no eran inútiles.

No perdían el tiempo. Desde el aula hasta los recreos, e incluso en la biblioteca, dedicaban cada momento libre a ayudar. Al principio, muchos les daban la espalda, cerrados como murallas. Pero con el paso de los días, las defensas comenzaron a caer. Las dudas se volvieron preguntas. Las preguntas, conversaciones. Y de ahí… nacieron amistades.

Las dos semanas fluyeron. Ya no eran solo un grupo. Eran una clase que empezaba a latir al mismo ritmo. No todos, claro. Pero sí los suficientes para creer que la unidad era posible.

Los bravucones, por su parte, no perdían oportunidad de empujar, de interrumpir, o de fingir disculpas entre risas falsas. Jugaban a ser graciosos. Pero ya no eran el centro.

En las clases prácticas, Kai era quien más ayudaba. Tomaba la iniciativa, corregía con firmeza pero sin humillar, y guiaba con determinación. Ash, en cambio, estaba distante. Ayudaba lo justo, con una expresión ausente. Su mente parecía en otro lugar. Aunque el grupo le reprochaba esa actitud de vez en cuando, Kai siempre lo defendía. Y a pesar de las diferencias, todos se mantenían firmes en su propósito.

Al cerrar el mes, tras mucho esfuerzo, lograron unir a casi todos los estudiantes. Solo quedaban fuera los de siempre: Los bravucones, los dos portadores del viento y el chico que controlaba dos elementos. Eran las ovejas negras de la clase, siempre al margen, siempre al servicio de otro interés.

Entre ellos, el apoyo crecía. Si había una duda, la resolvían en grupo. Si un profesor no estaba, se organizaban solos. Las risas volvían a llenar los pasillos. La confianza, que parecía imposible al inicio, comenzaba a florecer.

Muy lejos de ahí, en una esquina sombría del campus, los bravucones entregaban reportes al príncipe Ardin. Él no decía mucho. Solo escuchaba. Observaba desde lejos a los Starwind mientras fingía que todo le era indiferente… aunque sus ojos decían lo contrario.

Sexto mes – La luna no miente

La primera semana fue intensa. Los avances del grupo eran evidentes. Los profesores —incluso los más exigentes— comenzaron a notar el cambio. El esfuerzo, la cooperación y los entrenamientos duraderos empezaban a dar frutos. Incluso seguían el ritmo de la profesora sin desfallecer.

Kai, cada semana, mencionaba que le enviaba cartas a sus padres. Siempre les contaba cómo iban sus avances, y les decía que su misión era unir al salón, aunque su hermano Ash no lo ayudara mucho en ese propósito. Estaba distraído. Distante. Con la mirada perdida en algo que nadie más entendía.

Una noche, tras salir del dormitorio, Ash caminó por los pasillos de la academia. El cielo estaba despejado, y la luna llena iluminaba el camino de piedra. Se detuvo a contemplarla… hasta que algo le llamó la atención.

A la distancia, en una esquina del campus, vio a los bravucones, a los portadores del viento, al de dos elementos… y al príncipe Ardin. Hablaban en secreto.

Ash se escondió tras una columna. Intentó escuchar. Pero su presencia fue notada de inmediato.

—Está aquí... —dijo Ardin con desagrado, sin molestarse en disimular.

Todos voltearon hacia donde estaba oculto Ash. Él suspiró y salió de su escondite.

—¿Qué están tramando ahora? ¿Saboteando a sus propios compañeros otra vez? —preguntó con dureza, aunque no sabía exactamente qué estaban haciendo.

—¿En tu casa no te enseñaron que es de mala educación espiar? —respondió Ardin, mirándolo fijamente, intentando ocultar su molestia.

—¿Quién te crees para hablarle así, y más aún al príncipe? —saltó el portador de dos elementos, poniéndose en posición de ataque.

—Nada de lo que te imaginas —intervino uno de los del viento, con tono relajado—. Solo somos amigos del príncipe. Nos avisó que mañana se irá del reino. Eso es todo… y no te incumbe, ¿verdad?

—Ya sabes lo que vinimos a hablar. Es mejor que te vayas —agregó el otro portador del viento, firme.

Ash entrecerró los ojos. Todo le parecía demasiado raro. Miró uno por uno a los presentes y pensó:

"Todos los que sabotearon a nuestra clase están aquí… Y ese tipo… el de los dos elementos… aún no puedo detectar su debilidad ni su energía con mi habilidad única."

Antes de poder sacar más conclusiones, dos de los bravucones se acercaron con sonrisa burlona.

—¿No escuchaste? Lárgate. O te echamos a la fuerza.

—Irás a la enfermería… diremos que te caíste por las escaleras —añadió el otro.

Iban directo a él. Ash ya no quiso contenerse. Antes de que lo tocaran, lanzó un puñetazo directo al rostro de uno, y al otro le dio una patada que lo mandó al suelo.

Pero al girarse, el portador de dos elementos ya estaba detrás de él y le sujetó el brazo con fuerza.

—Es rápido… —pensó Ash, sorprendido de que pudiera reaccionar tan rápido.

—¿Tú también? —le dijo, intentando soltarse.

—Nunca dijiste nuestros nombres… ¿No los sabes, o simplemente no te importamos? —se burló el portador, apretando con más fuerza.

Ash hizo fuerza, logró zafarse y dio un paso atrás, preparándose.

—Lo siento, soy malo recordando nombres —respondió con tono seco.

Los tres bravucones volvieron a acercarse, furiosos, pero uno de los portadores del viento levantó la mano.

—Deténganse. No vinimos aquí a pelear.

—Pero él… —protestó uno de los bravucones.

—Tiene razón —interrumpió el príncipe con tono cansado—. Ya me aburrí. No vine a ver estas tonterías.

Ardin se dio media vuelta y comenzó a retirarse.

—Veo que tu grupo está uniendo a nuestros compañeros. Felicidades, sigan así —mencionó uno de los portadores del viento con una sonrisa falsa.

—Claro… luego de que ustedes les hicieran perder la confianza, es lo mínimo que podíamos hacer —respondió Ash, encogiéndose de hombros, con sarcasmo.

—No estoy para hablar de eso. Nos vemos, Starwind —dijo el otro portador mientras se marchaba.

Los demás comenzaron a irse también. Ardin no se despidió. Solo desapareció en la oscuridad.

Los bravucones, ayudaron a levantar a los que habían quedado inconscientes… y, sin discutir más, aceptaron lo que Ash les dijo:

—Dejen de molestar a los demás.

No hubo protestas. Ni de los portadores —que soltaron unas risas forzadas— ni de los bravucones —que se alejaron en silencio, con rabia contenida. Solo obedecieron.

Después de aquel encuentro, los bravucones dejaron de molestar. Ya no empujaban en los pasillos ni lanzaban burlas en clase. Estaban tranquilos. Sospechosamente tranquilos. Pero nadie en el primer grado se quejó. Al contrario. Por primera vez en mucho tiempo, podían caminar sin temor, hablar sin vergüenza, e incluso fallar sin ser humillados.

La clase, al fin, se sentía viva. Ya casi al cien por ciento. Unidos. Libres.

Hasta que llegó el anuncio.

El director, con un tono solemne, convocó a todos los grados en el patio central. Dijo que muy pronto se celebraría el torneo oficial de la Academia ArcaneBlade. La participación sería obligatoria.

Hubo un momento de tensión. Miradas. Murmullos. Pero enseguida alguien soltó una risa, y otra persona gritó que era una oportunidad. Los ánimos cambiaron. La emoción se encendió. Para muchos, ese torneo sería su verdadero comienzo.

El primer grado ya no era un grupo de niños rotos. Eran estudiantes de verdad. Y estaban listos para demostrarlo.

Todos… menos uno.

Ash no celebró. No sonrió. Desde su perspectiva, ya había hecho lo que tenía que hacer: detener a los bravucones, mantener el grupo unido, ayudar cuando era necesario.

Pero él no quería ser un pilar emocional. No quería liderar, ni conectar. Quería respuestas.

Desde el primer día hasta ahora, se había sumergido en los libros más antiguos de la academia, buscando cualquier pista sobre su llegada a este mundo. Portales. Magia de invocación. Hechizos rituales. Técnicas prohibidas. ¿Había una forma de regresar…? ¿O al menos de entender cómo fue traído?

No había nada. Absolutamente nada.

Solo halló registros antiguos de invocaciones dracónicas, hechizos prohibidos para el combate, técnicas perdidas… pero nada sobre reencarnación, teletransporte de almas, o cualquier fenómeno similar al suyo.

Y con cada página que no respondía, su desesperación crecía.

Mientras los demás entrenaban y progresaban, Ash se sentía estancado. Atrapado. Aunque nadie lo notara, su rabia aumentaba. Su frustración ardía en silencio. No necesitaba apoyo emocional. Solo necesitaba demostrar, llegado el momento, que era el más fuerte.

Pero había una pregunta que lo perseguía cada noche.

¿Y si mi habilidad única no vuelve a activarse?

Desde que llegó, no se había manifestado ni una sola vez. Aquella habilidad que tanto presumía de niño… ahora era un recuerdo vacío. Y por primera vez, empezó a temer que, cuando todo esté en juego, no tenga nada con qué responder.

—¿Qué hago aquí?

Las palabras se escaparon de los labios de Ash mientras miraba a su alrededor. Era el mismo lugar donde había visto a Ardin y su grupo semanas atrás, pero ahora… todo parecía distinto. Más marchito. Más muerto. Como si la vida misma hubiera abandonado el suelo.

Quiso sentarse en el banco cubierto de ramas secas, pero sus ojos se detuvieron al frente.

Allí, donde antes estaba parado el príncipe, se alzaba un espejo. Enorme. Viejo. Agrietado por los bordes, como si hubiese estado allí siempre… y simplemente no lo hubiera notado antes.

—Ay sí, qué graciositos… —murmuró para sí, con una mueca incómoda.

Avanzó unos pasos. El silencio le apretaba el pecho. El aire no tenía peso, ni temperatura. Todo estaba quieto. Todo estaba mal.

Y entonces, se vio.

Pero no era él.

El reflejo imitaba su ropa, su postura… pero su rostro estaba cubierto de blanco, con una sonrisa torcida y siniestra, pintada como la de un payaso viejo y olvidado. Los ojos… no tenían luz. En su mano, sostenía una flor negra. Una flor que se marchitaba al contacto con el aire.

Ash retrocedió un paso. Pero el reflejo no lo imitó.

Se quedó ahí. Sonriendo.Con esa calma sucia. Con esa mueca imposible de leer.

—Tienes un dragón dentro de ti… —dijo el reflejo con una risa seca—. Hahaha… igual que esos estúpidos dioses…

Ash reaccionó al instante. Activó su elemento fuego. Una bola de llamas ardió en su mano.

—¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí?

—Dime, niño… ¿quién te trajo aquí? ¿Por qué llevas encadenada su energía? ¿Y por qué ese maldito dragón te protege…? —la risa del reflejo se volvió más aguda, más cruel—. ¿Acaso eres solo una marioneta?

Ash entrecerró los ojos, con el corazón acelerado.

—¿De qué estás hablando? ¿¡Quién demonios eres!?

—Yo… —respondió la figura— nací del caos. Pero no vengo a pelear. Solo a observar. Tú… no perteneces a este mundo… ¿o sí?

Ash dudó. La bola de fuego en su mano tembló… y se desvaneció.

—¿Cómo sabes eso?

No entendía nada. Su mente iba a mil. ¿Quién era ese payaso grotesco? ¿Por qué sabía tanto? ¿Por qué hablaba como si conociera su alma?

—Hahahahaa… El héroe me detectó… qué fastidio… —susurró la figura, agachando la cabeza—. Ese tipo sí que da miedo. Dime, niño… ¿cómo te llamas?

—Ash Starwind —respondió, ya sin esconder el miedo. Luego se atrevió a preguntar—. ¿Y tú?

El reflejo ladeó la cabeza. Sonrió con los dientes oscuros.

—Noooo… yo no tengo nombre. Hahahahahahaha… pero nos volveremos a ver, Starwind. Espero que para entonces estés listo…

Y se rió. Rió como un loco. Como si le hubiesen contado el mejor chiste del mundo. Como si reír fuera lo único que lo mantenía vivo. Una risa que desgarraba el espacio.

—¡Cállate! —gritó Ash, temblando, con los puños cerrados—. ¡Cállate ya!

Pero no se detuvo.

Y entonces…

Una luz dorada atravesó la oscuridad.

Detrás de Ash, apareció Ezra. Su espada brillaba con una intensidad imposible, y con ella rompió la estructura entera del lugar. El espejo se agrietó… se astilló… y estalló en mil fragmentos.

Todo colapsó.

Ash se despertó jadeando, empapado en sudor. El corazón le golpeaba el pecho como si quisiera huir.

No sabía si fue un sueño…O una advertencia.

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